miércoles, 4 de marzo de 2009

TRES GOTAS DE AGUA

Se sentó en el banco recién abandonado y callejero de ese parquecito de la esquina. Unas cuantas palomas alborotadas, ensimismadas quizá, buscaban anhelantes alguna migaja, algún trocito de galleta, de esas que tienen las abuelitas en sus armarios y que todo nieto chiquito contempla como quien espera el oásis en medio del desierto.


Miró al piso, contempló un momento las ranuras de la enorme pieza de cemento colocada sobre la tierra, ahora acomodada como un adoquín para el paseo de los caminantes. Las gotas de lluvia empezaban a caer y se preguntó: ¿en dónde y por dónde han estado y pasado estas gotas, transformadas y metamorfoseadas?


Imaginó una enorme laguna reseca, seguramente abundante en tiempos pretéritos, otrora fuente de vida y armonía; pues podría ser que la gota que apenas se posaba sobre su nariz, y luego caía indiferente sobre un piso frío, hizo ese viaje misterioso hace siglos, llegando a las alturas de las nubes, transformándose en una informe masa, quizá transparente quizá levemente rojiza; para luego de descansar por casi una eternidad, como en aquel sueño que seríamos capaces de conciliar sobre la hamaca frente a un mar de luces y constelaciones inimaginables e intangibles, caer fatalmente al encuentro inesperado con algún amor desconocido, que bien puede ser simplemente el darse inauditamente contra el piso.


Y aquella otra gota que fue a parar en su bota negra, disgregándose por los flancos hasta llegar al breve charco que se empieza a formar; un viaje empezado en lugares remotos, en el concluir de una lluvia diluviana, con toda una época de olvidos y melancolías de por medio, hasta decidirse, luego de meditarlo por toda una tarde, al despertar de su inconsciencia, volar por un cielo gris pero prometedor, hasta la caída en una nueva convergencia en la cual encontrarse con sus hermanas y festejar ese instante de reconocimiento y certeza.


Algunas gotas caerán indiferentes, como individuos que pasan a un lado de cada quien, con su idea y sus decisiones, sus pensamientos y sus desvaríos. Unas cuantas gotas caerán en el cuello y nos estremecerán, como el pétalo hecho labios que roza una anatomía abandonada, repletando su vacío corazón de vivas llamas indescifrables.


Una gota más fue a caer en su mano, y al momento de levantarse y tocarse la frente en busca de atenuar la evidencia de su fruncido ceño, sentir mojarse la cara. Así, volver por el camino de adoquines, mirando al cielo, pisando las hojas secas, regresando a su solitario hogar.