lunes, 29 de junio de 2009

LA LUNA NO ESTÁ TAN LEJITOS


El suelo de la Luna era realmente agreste y muy irregular; la única certeza posible, consistía en que al menor descuido, lo siguiente era una fuerte caída. Encontrarse con cráteres de todos los tamaños, no era nada fuera de la rutina para Wok; simplemente, andar con sus cuatro patas y sus tres antenas, por cada camino sin sentido de un gris montón de arena endurecida, toparse con esas fosas o huecos grandes, pequeños, enormes, inconmensurables, infinitos, mínimos, minúsculos o normales. El transcurso por esos lares, no trascendía más allá del caminar cansino de aquellos que olvidaron que no hay tiempo posible, porque este simplemente no existe, o está encapsulado en un hoyo negro fabricado por el sentimiento sublime e indescifrable que pocos han logrado intentar entender, y muchos han creído entender intentarlo.

Cuando una vez se acercó al extremo, quizá sur quizá norte, no había este ni oeste; cuando llegó a algún punto que podría ser una invisible península solo notoria para quienes la vieran desde lejos, se atrevió a pensar un poco en lo que habría más allá de las estrellas y de las frías nebulosas. Ahí, a un costado, una enorme masa de color anaranjado, que de solo contemplar provocaba escozor; pero allí al ladito, a un costadito inhóspito, una esfera azulada llenita de puntitos luminosos que abundaban en unos sitios y en otros simplemente no. Le sorprendió tremendamente poder mirar algo así, algo único, algo que no había podido siquiera imaginar, pues su única realidad era lo palpable, lo sensorial, lo, valga la redundancia y también contradicción, real.

Tenía un carrete de lanita de color rojo por ahí, entre sus patas. Hace muchos años, encontró una casita más pequeña que un puño, hecha de una delicada y delgada capa de una sustancia como caramelo, ligeramente endurecida. Cuando con afán se acercó a tratar de encontrar alguna compañía, sea amigable o no, simplemente se encontró con un profundo vacío, sin presencia alguna, sin vida ni suerte, sin muerte ni sombra. Estuvo así, detenido, estupefacto, tratando de distinguir algún fragmento de existencia, alguna especie de disipador de soledades. No encontró lo que buscaba. Pero a cambio, encontró algo que quizá lo buscaba a él, o que simplemente estaba allí para ser encontrado por quien, buscando cualquier otro desperdicio, con cierta dosis de coincidencia concertada o negligente duda, lo divisara acomodado en una especie de camita de cajita de fósforo.

Así fue como consiguió ese carrete de hilo rojo. Quizá sería alguna fibra de una plantita traída ilícitamente desde ambiguos territorios visitados por algún explorador conspicuo y aventurero, desinteresado y bigotón. No quiso averiguar aquellos detalles, ni aún ahora que se aprestaba a lanzar por los infinitos caminos intangibles de la eterna noche, el hilito hacia un inesperado destinatario en el océano de las derrotas todavía no enfrentadas, de las victorias aun no celebradas. Pero tomó con sus pequeñas patitas el carrete por los lados, y con su pequeña trompita empezó a jalar lentamente el hilo rojo; y por un momento, lo saboreó, pues a pesar de ya haber pasado algunas jornadas desde aquella de la casita de caramelo, aun se podía percibir ese dulce saborcito a miel.

Desde la Luna, según pudo advertir un viajero unicelular que se perdió en el medio del sistema solar. para volar libremente hasta encontrarse con una constelación que marcara su vida, cayó un hilito rojo muy lentamente, hacia el vacío. Y así, mientras transitaba por destinos inocuos, observaba como una casi invisible línea roja se estiraba por entre las estrellas. El hilo brillaba por su propia naturaleza, no por el vago reflejo de ninguna otra fuente luminosa; era su propia historia, su esencial existencia y circunstancia de vida, sin nada que ofrecer, sin nada que pedir, solo siguiendo su curso, trazado por otra voluntad, o quizá llevado así por el azar. El hilo no discutía su extraña situación, simplemente se sabía lo suficientemente paciente para esperar el momento en que sus largas entrañas le permitieran conectar dos corazones perdidos y abandonados, no ser su propio si, sino su fin en otro fin.

Wok no lo llamaba “hilo”, por supuesto; evidentemente, un nombre así no era digno de un personaje lunar, quizá lunático, quizá lunero. En aquellas parroquias de la vía láctea, no existen razones para pensar que un nombre debe reflejar un pasado o un presente marcado por algo o alguien; simplemente, es una naturaleza viva, es una cierta manera de no sentirse perfectible, sino de aceptarse en una situación de desencuentro permanente, de percatarse que todo es momentáneo y poco duradero, y que por eso no vale la pena detenerse a pensar en ponerle un apelativo significativo a algo efímero. De lo efímero, solo rescatar lo que queda profundo; quizá un instante dentro de lo efímero, lo momentáneo dentro de lo mínimo, de lo pasajero. Ese momento que evoca ese lado luminoso que tienen muchas Lunas, es lo que destacan aquellos que respetan el transcurso de las épocas sin apropiarse de lo que no pertenece a nadie. Ese hilito se llamaba Casicaramelo, y eso por este momento, porque el último recuerdo que tenía Wok, único que podría opinar al respecto, era ese sabor dulcecito que le recordaba la casita donde lo encontró.

El camino de Casicaramelo era bastante largo, al menos para Wok, pues a Casi o a Relo o Carsi, como lo llamaremos abreviadamente, dependiendo de su estado de ánimo; y volviendo: pues para Casi, era su vivir, e irse soltando poco a poco del carrete era como sentir a cada segundo, un nuevo impulso de néctar de vida. Así iba creciendo, tan largo como una de esas serpientes de sueños escondidos, que tratan de alcanzar un fruto jugoso, sin importarles que puedan perder la vida en un trayecto lleno de riesgos, como los desamores y las soledades. Pero aún así, la lucha era intensa, y los pequeños insectos pasaban a segundo plano, ya que su tarea era únicamente darle sentido a una marcha que, sin sus picaduras, sería enteramente lineal, como un hilo o, vamos, como una serpiente. Así que Relo cayó y cayó, sin pensar si quiera un segundo en detenerse, pues aparte y aunque eso tampoco lo pensó, no podría hacerlo, pues no tenía voluntad para ello; podría, quizá, tratar de moverse ligeramente hacia un lado, o hacia otro, desacelerar, bajar el ritmo, pero no más que eso, pues su destino en largo sentido estaba decidido.

Por ahí pasó una piedrecilla, rápido. No podía considerarse un asteroide, era algo mucho más pequeño, apenas como una piedrita de río, lisa y suave por fuera, dura y resistente por dentro, luego de haber pasado por las vicisitudes del universo, pero siempre con una sonrisa para recibir a quien pasé por su lado. Pero ahora, daba la casualidad que era ella la que pasaba junto, y era precisamente por al lado de Carsi, que al divisarla ya muy cerca, intentó evitarla, pero le fue imposible, pues ya estaba demasiado cerca. Así que el hilito rojo, a quien como dijimos se le denomina Casicaremelo, enredó a la piedrecilla, la atrapó e impidió que continuara su caminar; y así, cuando ella pasaba sin mirar ni saludar, sin observar ni distraerse, conminada a su predeterminado andar, fue atrapada, impredeciblemente, por un hilito rojo que la enredó y le cambió el trayecto de su vida.

Pero al atraparla, el hilito cambió su curso y, aunque siguió yendo para hacia algún lado, quizá cayendo para arriba, o trepando para abajo, su destino había sido modificado, el de ambos en realidad. La esfera azul aún estaba a distancia, pero el hilito seguiría cayendo y quizá, algún momento, encontraría un nuevo destino que modificar, alguna piedrecilla con la que encontrarse, algún secreto que contar, alguna verdad que encubrir.

Quizá continúe con la historia, quizá no. Dependerá de si el hilito llega hasta mis manos, y puede enredarme con su transitar cansino, y sus sueños escondidos; pero… en realidad… no los de él, no los del Carsi, Casi o Relo, sino quizá, los de la piedrecilla, o los de Wok, o de quien quiera que se entrecruce entre este hilito travieso.

Y se preguntaron un día
Si la Luna existiría
Sin sol que la iluminara
Y Tierra que le llorara

Respondieron quizá

Pues mientras un sueño
Pueda sentir que llega
No habrá sol que resista
Ni Tierra para un engaño


Finito.