sábado, 6 de diciembre de 2008

Sueño



Se despertó ya muy tarde, bien entrada la noche y con ansiedad; miró al techo, contempló la nada por un par de minutos y se incorporó. Mientras trataba de remediar las greñas originadas por la lucha con su almohada y de sentir que había en ella menos pelo que el dejado ayer, aún a oscuras, tomó un abrigo negro, ya con signos evidentes de ancianidad -dado que en ciertas cosas han transcurrido más largamente las vidas de nuestras almas, se decía siempre-, y salió de su casa, con los ojos lagrimosos.

Salió a la calle, lo encontró una leve llovizna que le impedía mantener los ojos lo suficientemente abiertos como para no sentir la melancolía de sus párpados. Anduvo por la calle vacía, lo que en cierta medida era una situación no despreciable dado que incluso un gato al acecho de alguna aventura nocturna que por allí merodeaba lo miró con extrañeza. Bajó por la cuadra siguiente y se detuvo un instante a mirar al cielo, mientras las gotas le picaban el rostro con incesable algarabía.

Decidió continuar su caminata, y llegó hasta la plaza esquinera, una especie de parque más parecido a un parterre central redondo con bancas y una muy pequeñísima pero no por ello poco antiestética enmohecida e inservible pileta. Hasta allí se dirigió como un autómata, solo por la inercia de caminar por rutas inciertas. Miró al fondo del bebedero, y no encontró más que lechosas babosas luminosas, dejando viscosos rastros sobre las monedas que alguna vez, por algún enamorado incomprendido -quizá él mismo se dijo-, fueron lanzadas augurando dichas nunca alcanzadas, antes quizá extraviadas, o saqueadas, como muchas monedas ya no presentes.

Se sentó un momento, y miró a las estrellas. La noche era oscura, la ciudad apagada, brillosas en la eternidad las estelas incesables de los cometas y los astros, transfigurando un cielo melancólico, en melodías de una diva inescrutable. Se volvió a interrogar, nada más que una pregunta de aquellas que se hacen cuando miramos una hormiga y nace el sentimiento de pequeñez, que seguramente Plutón -de hecho ya degradado nuevamente- sería el hijo despreciado por el Sol, oscuro, lejano y pequeño, sin gracia ni anhelo, olvidado por su padre y sin amores que relatar; y, ¿no será ese, finalmente, al cabo de un millón de años, la suerte de esta Tierra? No es que acaso el Sol, hermafrodita incomprendido, pare cada cierto tiempo, un nuevo planeta, ansioso de que cumpla su misión, dándole su adolescencia en el tercer ciclo, y siempre defraudado, ahora quizá con más razón, y por eso ya decidido a dejarse morir.

Una luz apareció de la nada, cuando en estas importantes cuestiones se hallaba; una tenue pero persistente y hasta molesta luminosidad azulada llegaba desde algún sitio no definido. Aumentaba cada vez más, y su calor ya lo abrazaba con suma violencia, como queriendo incinerarlo, hasta un punto en que sintió su cuerpo derretirse, desparecer, invisible. Ya no se veía, no era más materia, era algo, pero no era nada, no se veía, pero se sentía, no sentía su cuerpo, pero algo sabía que había ahí, y era él, o quizá ya no podía saber si era él, o sea, podía acaso ser él, o ella, o qué, ¿qué era entonces? Indefinible, llegó hasta un punto en que la luz se tornaba blanquecina, hasta un poco dorada.

Se acercó y percibió que pensamientos incesantes inundaban su mente, o le inundaban, pues ya no podía saber si tenía mente; pero no eran ideas suyas, no era algo que naciera de él, era como si se los pusieran justo en el momento previo a que las adivinara, como cuando el profesor hace una pregunta sabiendo de antemano que nadie contestará, pero alguno se ilumina de la nada, respondiendo solo por intuición, a tal punto que lo que en principio fue orgullo, terminó en humillación cuando se le requirió la explicación. Por fin comprendió que no eran pensamientos suyos, ni de su consciencia -si es que, se volvía a preguntar él mismo y yo aquí lo repito, se podía aún utilizar términos descriptivos propios de seres de carne y hueso- eran ideas que le ponía alguien, o algo en sus ideas.

Se que una vez no quisiste verla, y todos los días te aparecía, incluso en ascensores solitarios- eran frases que a su mente translucían. Si, es verdad, pero eso que tiene que ver ahora, porque viene esto a mi- esta idea ni siquiera la estructuró así, las respuestas venían automáticamente, no había un diálogo como se lo concibe normalmente, pero algo hay que hacer para entender, y no hay más que escribirlo como lo entendería un ser humano:






-Eso aun te atormenta.
-No es “eso”, eso es “parte de eso”.
-Quizá tú lo ves así, pero quizá esa “parte” sea el “todo”; o ese “todo”, viene explicado en su completitud por la “parte”.
-¿A qué quieres llegar?
-Pides morir cada noche, sabes que no eres tan valiente para hacerlo tú mismo, y pides no despertar, pero siempre despiertas.
-No me voy a sorprender con tus adivinanzas, ya todo esto de estar así sin saber que mismo soy es suficiente para darme cuenta; pues es cierto, pero no me respondes.
-Lo uno no tiene relación con lo otro… ¿?
-Ya te lo dije antes.
-Si la pudieras…
-Si, la pregunta está demás, visto lo que sabes de mí.
-Aquí veo todo cuando se puede ver, no ocultas nada, está ahí, todo, y tú también podrás ser capaz de ver lo que quieras ver.
-Cuando tenía carne y huesos me di cuenta que hay cosas que sería mejor no ver.
-Por eso no he visto todo, y por eso te pregunto algunas cosas, para que tú las acomodes mejor.
-Lo más horrible de mi está a la vista, no es para espantarse.
-Quizá lo más horrible no es eso que tú crees, quizá….
-La soledad, si, no lo había pensado antes, pero…
-Tú la elegiste.
-Ella me eligió, yo no elegí lo que puede ser elegible; cuando uno es niño (allá en el mundo) las únicas elecciones son las que tus padres te presentan, helado o chocolate, pan o cereal, y no conoces todavía las papas fritas o el yogurt; y además, yo no puedo elegir cereal, si nunca aprendí a comerlo…
-Puedes aprender.
-Hay cosas que uno no quiere aprender, o para las que no está preparado; como si me dicen quieres aprender a comer fuego…
-Y si no aprenderlas implica tu infelicidad.
-El problema es que esa decisión ya está dada, ya hay cosas que no cambian.
-¿Esperas algún día que llegué… … … no me dices nada…
-No hay nada que decir, mi esperanza nunca desaparecerá, pero mi razón ya me dio las respuestas.
-Eso que tú llamas “razón”, es en verdad lo más oscuro de ti.
-Esa, así sea gris, es mi fortaleza.
-Es tu prisión, te sientes seguro adentro de ella de los peligros de afuera, pero no te puedes librar de los tormentos de adentro.
-No puedo elegir algo distinto, mis experiencias no las escogí y la forma de asimilaras tampoco.
-Vas a seguir pidiendo el mismo deseo.
-Si lo haré, porque tengo la esperanza cierta de que se cumplirá, a todos les llega.
-¿Y si ya te llegó?
-No me ha llegado, porque no habría razón para esta conversación.
-Te equivocas, quizá tienes otra oportunidad.
-Mi oportunidad ya se terminó, estaré condenado a repetirla; nadie da "las" oportunidades…
-¿Si tuvieras que escoger entre volver y quedarte en esta luz, qué harías?
-En esta luz, no he perdido la consciencia de mi desolación, no tengo ventaja alguna aquí; si vuelvo, al menos mi cuerpo podrá satisfacerse.
-Tu cuerpo te destruirá a la larga.
-Quizá eso espero.
-Vas a volver, no hay otra salida a fin de cuentas, pero nada cambiará, si eso es lo que esa luz ahí que salió por donde estás quiere decir.
-No se puede controlar el espíritu de la esperanza.
-Adiós.



Y despertó sentado, en una pileta mohosa, agonizante, como él.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Preguntas Impreguntables

Está escrito… de Francis Cabrel, es la canción de fondo que me acompaña mientras escribo este post.



El martes me juego mucho en unos exámenes, pero me doy una horita de descanso para que mi mente no explote (aunque como se verá, por lo escrito, esto es absolutamente contradictorio); y lo mejor que puedo hacer para ello, luego de haberme leído unos 5 blogs, es escribir.



Iniciaré con una pregunta que, por evidentes razones que únicamente quedarán develadas a la terminación del texto, resultará decididamente impertinente con el tema de fondo; sin embargo, y he ahí la gran contradicción -que precisamente constituye esta vida que toca vivir a diario- si comienzo así es porque alguna relación tiene… o, al menos, yo le quiero dar esa relación. Es como una vez que conversaba con mi hermana acerca de si los colores existen de por sí, o solo cobran vida si es que hay una luz que los haga existentes frente a nuestros ojos. El asunto tiene particular relevancia, especialmente si consideramos que una persona ni siquiera invade la esfera cósmica de nuestro metro cuadrado imaginario, sino cuando con una mirada profunda, incluso vacilante pero insistente, sublime pero lastimera, pasa a ocupar la primera plana del matutino de nuestros pensamientos. Pues si, desde ese momento existe, pero, ¿y antes? Pueden haber casos curiosos, de personas que existían “de cierta manera” y que ahora existen “de otra manera”, o de una “manera muy especial”. Se explica el asunto de como “una” existía como “amiga”, pero ahora existe ya no como “amiga”, sino como “diferente”. Claro, son situaciones que muy difícilmente tendrán explicación racional; de hecho, muy poco tiene explicación racional, porque sería suicida ponerse a determinar todas y cada una de las casualidades, coincidencias o avatares de la vida que nos condujeron a determinada situación -la que a la larga no será más que otro de esos eslabones que nos conducirá a otra situación, infinitamente-. El esposo quizá nunca hubiera conocido a su esposa, si es que de chiquito la rectora de la escuela no le hubiera dicho que pisar el césped de un jardín es de pésima educación, lo que influyó de tal modo en su mente que en aquel martes de julio decidió arriesgar su vida cruzando la calle por la mitad, ante decenas de carros pasando junto a él, que pisar el parterre central adornado con dientes de león y un ya desmejorado arreglo en césped, ahora transformado en hierbas malas, y así y todo cruzarse por ese lado ante la arremetida de un ciclista, circunstancia que provocó que la joven que venía trotando inopinadamente por el parque lo mirará, pues llamó su atención tan “florido” espectáculo, haciendo que sus miradas se cruzaran. O en todo caso, como en una muy recordada película de los 80’s, el joven que veía sus extremidades superiores desaparecer porque se hallaba impedido de tocar la canción que provocaría que sus padres se dieran el beso que impediría que se pudieran separar para siempre.





La pregunta a la que se hizo referencia hace ya un largo párrafo, insultante de toda regla metodológica, (ahora escucho Memory of Trees de Enya), es la siguiente: ¿existe vida después de la muerte? El profesor o profesora de física siempre repetía: la energía no muere, se transforma. Pues entonces, si partimos de que nuestros cuerpos inertes, cual desagradable víscera comible, son la cárcel, la jaula o la habitación de una energía más poderosa, un alma, un espíritu, un aura o como quiera llamársela, concluiremos que puede ser que haya vida después de la muerte; pero la gran duda que surge es, ¿y por qué diablos se tienen que aplicar reglas tan racionales como las de la física, a situaciones o sucesos tan metafísicos, por decir lo menos, como la transmutación de nuestro espíritu en algo más? El gran peligro que se corre al hacer estas divagaciones, es el de llegar a concluir con una interrogante demasiado profunda para seres tan sencillos como los humanos: ¿y qué sentido tiene vivir una vida tan material, si hay algo trascendente? Pues ahí surgirán muchas justificaciones acerca del valor de la vida, de lo que debemos o no debemos hacer, a la larga, de lo que está bien y de lo que está mal, que es lo que finalmente guía toda nuestra vida, incluso inconscientemente.



Pero bueno, la idea sería que puede que no tengamos vida después de la vida, o que si la tengamos, pero la gran duda que siempre se mantendrá es si somos algo más que simple carne y hueso; es decir, si hay algo más, si hay algo profundo, que transcienda el pensamiento, las sensaciones corporales. Y en el arduo transitar de la vida, muchas veces nos encontramos con momentos que, si somos escépticos, nos hacen dudar; y, si somos convencidos o, como diría alguien prejuiciosamente, “esotéricos”, nos hará temblar. Si una mirada nos cautiva, y sentimos algo dentro estremecerse, pues ahí nos preguntaremos algo, algo nos preguntaremos sin duda. ¿Será cierto eso que dicen que hay encuentros cercanos con la muerte? Una vez mi madre me contó que tuvo un accidente de automóvil con volcada incluida; vio una luz al fondo, un túnel para transitar diríamos; para la época de tal evento automovilístico estrepitoso, habré estado en el promedio de mi segundo lustro de vida, lo que seguramente influyó para que una vos dijera a mi madre, quizá una vos de ella misma, quien sabe de qué o de quién, no es tu hora, tienes a tus hijos que cuidar. Quizá este hecho no suene tan increíble, como aquella ves que previo a un paseo de mi hermana soñó que una chica moría en un accidente al caer por un rió contra unas piedras, hecho que efectivamente ocurrió días después.



Con cierta frecuencia, siento que ya he vivido determinadas experiencias, que las vi, las sentí antes, y las vuelvo a ver. Y son sueños, situaciones sin explicación. (ahora escucho “Jours tristes” de Yann Tiersen).



Entonces, cabe preguntarse, ¿puede esa energía, ese espíritu, ese algo trascendente e inexplicable, encontrar un energía, un espíritu o un algo trascendente que lo complemente, que lo trastorne, lo desubiqué pero le de sentido a su existencia? La pregunta no es inoficiosa, es vital; y, quizá, sea algo complicado entender estas situaciones, o simplemente asuntos bizantinos que sirven de escudos justificantes a ciertos cobardes románticos.



Si hay algo contradictorio en el mundo, paradójico, insoportablemente indescifrable, es el ser humano. Puedo ser muy crecido para muchas cosas en mi vida, pero un niño para muchas otras. Un niño al que le llegan muy fuerte las energías de las personas, un hombre al que le pesan sus prejuicios, sus dudas que no quiere contestar y que solo el niño que tiene dentro le hacen buscar constantes respuestas, quizá con un dosis muy fuerte y absurda de ilusión. El niño que quiere vivir, el hombre que quiere morir. El niño que quiere levantarse y reír, el hombre que cae a llorar. El niño que llora con sencillez e inocencia, y el hombre que llora por cobardía e impotencia. Y en fin, el niño enamoradizo, y el hombre decepcionado y decepcionante. El equilibrio, creo que quizá sin darse cuenta Tomás Moro ya la representó en su Utopía; es una utopía, que siguiendo a Galeano solo sirve para caminar, y caminar; pero en la caminata, todos necesitamos una cantimplora con agua, porque sin agua, no hay vida; sin amor…






(P.D.1: bueno, aquí estuve viajando en un barco que se dejó llevar por la marea, de allí la mezcla y cambios repentinos de estilos en el relato, de intensidad y de dinámica; últimamente, no estoy para historias completas, ni aquí ni en la vida real… ¡¡¡pero que digo!!!, esto también es real, pero puedo intentar hacer que no parezca real).






(P.D.2: Recomiendo, con altas dosis de adicción, “Algún día”, de Soda; canción que servía de telón a este grandioso ex grupo para su último concierto, y que supongo no se escuchó en Guayaquil por los “siempre infalibles” problemas pendejos que colman a nuestro país. Es una canción en homenaje a Queen, una reversión de una canción de ese grupo, lo que ya va adelantando la calidad y exclusividad de esta canción).http://video.google.com/videosearch?q=algun+dia+soda&emb=0&aq=o#

martes, 4 de noviembre de 2008

ME DA TANTO ASCO

El ejemplo del que parto muy probablemente es de lo más trivial, conocida es la frase de que el fútbol es “lo más importante de lo menos importante”. Sin embargo, me parece preciso, aunque obvio es que contiene una dosis de fanatismo, empezar refiriéndome al partido que el domingo último protagonizaron el B.S.C. de Guayaquil y la Liga en la ciudad porteña. Para dejar de lado un tanto la evidente parcialidad, citaré lo que ha recogido la prensa, concretamente el diario “El Comercio” en su parte deportiva del día de hoy martes 4 de noviembre de 2008: “Alfredo Intriago… El juez se llevó las críticas por sus polémicas decisiones en el encuentro entre Barcelona y Liga. Por ejemplo, exageró en la expulsión a Jairo Campos, exageró en las tarjetas, cortó las acciones y tampoco señaló los minutos de adición final”. Asimismo, en el diario “El Universo” del día lunes 3 de noviembre del presente año, con claridad, aunque con mínima atención, se señala: “Las expulsiones de Diego Calderón y Jairo Campos perjudicaron a los albos”.
Cuando se cometen injusticias, se falta a la verdad o se toman decisiones equivocadas una, dos o hasta tres veces, se puede aceptar que se trata de errores desafortunados, casualidades trágicas o desatinos inintencionales. Pero cuando esas actuaciones malogradas ocurren permanentemente, favoreciendo a los mismos y perjudicando a los mismos, el asunto toma tintes sospechosos. Que mejor que logar un triunfo, alcanzar un éxito, conseguir las metas jugando limpio, con las reglas claras, cumpliendo a cabalidad las exigencias previstas para una mejor convivencia; qué mejor recompensa que haber logrado lo propuesto, luego del esfuerzo propio, de las lágrimas inclusive, ahí está la mejor sensación de satisfacción. Pero, ¿qué mérito puede existir cuando en esos logros o éxitos han existido ayudas o apoyos francamente discriminadores? Pues a unos se les brinda todas las facilidades, o se les dan solapadas colaboraciones, y a otros les toca, como se dice comúnmente, “sacarse la madre” para lograr lo propuesto.

En el ámbito de lo académico, es dolorosamente vergonzoso, de vergüenza ajena, la perpetua y constante voluntad, no de dar a cada uno lo suyo, sino de copiar, plagiar y aplicar a rajatabla la “ley del menor esfuerzo”. En los típicos almuerzos familiares, en las reuniones de amigos, en las discusiones de clase, hasta en los pasillos del claustro universitario, se discute a veces con dogmática criticidad sobre la mediocridad, corrupción y autoritarismo de determinados gobernantes o políticos; pero al momento de rendir un examen, hacer una tarea o efectuar determinada investigación, el esfuerzo es mínimo, la lealtad académica es inexistente y el robo de las ideas ajenas es regla general. ¡¡¡Qué asco!!! Me da asco sinceramente, que todo sea tan deplorable, que haya tanta hipocresía salvaguardada por costumbres estúpidas.


Una vez escuché a alguien que decía: “yo copio porque no tengo otra opción, si repito el año mis papás tienen que pagar más”. Si esto lo hubiera escuchado de una persona de escasos recursos o con problemas de aprendizaje, podría pensar que no es su absoluta responsabilidad, que el estado o sus padres deben ocuparse de estas situaciones; pero siendo la persona que dijo esto alguien con posibilidades mucho mayores que la media de nuestro país, con acceso a herramientas que la gran mayoría de habitantes del Ecuador difícilmente o nunca podrán alcanzar, realmente me causó nauseas, desazón y tristeza, sensaciones que vuelven a mi cuando recuerdo dichas frases.

En una ocasión, en la universidad, un profesor no podía asistir a tomar el examen; como mal acostumbrados que somos, sino hay un “macho castigador” que imponga sanciones, grite o insulte, o al menos controle, esto se vuelve una revuelta de anarquía sinsentido, todos y todas, porque ya es hora de destruir ese mito de que las mujeres por ser mujeres son más honestas y honradas que los varones, prepararon sus ojos, manos y hasta pies para iniciar la faena de plagio. Pero en un principio, estuvo un profesor “controlando” la rendición del examen; sin embargo, cuando el profesor, por motivos personales, tuvo que salir y dejar a un alumno de un semestre superior para que controle el asunto, todo se volvió una vergüenza, que afortunadamente no pude presenciar pues entregué mi examen antes de que se fuera el profesor.

Lastimosamente, en otra ocasión si tuve que presenciar una episodio de los más lamentable y asqueroso en toda mi historia universitaria; un capítulo vomitivo y malhadado de lo que se ha visto hasta ahora en términos de deshonestidad académica. El profesor titular no podía ir a tomar el examen ese día, así que encargó a su ayudante de cátedra. La imagen fue para llorar y cortarse las venas: más que un examen parecía una reunión en un club social, un juego de cuarenta, rumi o póker, o la ruleta de un casino. Todos y todas, sacando sus cuadernos, levantándose literalmente con examen en mano a transcribir respuestas, conversaciones prolíficas sobre las preguntas y sus contestaciones. El ambiente era acalorado, pues parecía Wall Street en un “viernes negro”: todo el mundo de un lado para el otro, con papeles en mano y caras de desesperación. En determinado momento, el ayudante expresamente permitió que se hiciera de todo. Solo faltaba colocar un par de camastros por ahí y dejar que entre descanso y descanso cada cual desfogue sus pasiones íntimas.

Es una verdadera desgracia, una contradicción y un ejercicio de hipocresía, seguir quejándonos de nuestra realidad, de nuestros gobernantes y de todos nuestros problemas, cuando en nuestra vida diaria, en nuestro quehacer cotidiano, lo único que hacemos es cooperar para que todo siga empeorando cada vez más y más. A todo nivel, sea en la más “alta” política, como en el asunto más vano, se practica como ciencia fundamental los postulados de la mediocridad, la flojera, la deshonestidad, la corrupción, la “ley del facilismo y del menor esfuerzo”. Unas torres se pueden derrumbar fácilmente, cuando los cimientos de aquello que simbolizan son blandengues y corruptos; un edificio alto y resistente, no se logra construyendo el último piso con acabados de la mejor calidad y materiales de la mayor resistencia; las más fuertes estructuras se logran con cimientos fuertes, duraderos e incorruptibles. Mientras sigamos pensando que algún día todo mejorará y que mientras tanto cada cual puede hacer lo que a bien tenga, estaremos condenados a repetir los mismos errores del pasado (y del presente) y a continuar en el interminable letargo de una realidad corrosiva, hipócrita, mediocre y corrupta.

domingo, 26 de octubre de 2008

Claroscuro

Me encontraba caminando por el parque de enfrente. Había salido de mi casa a tomar un poco de aire. En realidad, solamente quería salir de mi soledad, quería sentir la presencia de otras personas a mí alrededor. Quería presentir, al menos como una posibilidad, que habían personas mirándome, personas para quienes, al menos por un mísero instante, haya sido un ser viviente. Caminé varios segundos, sin mirar a nadie a los ojos, sin siquiera volver mi cabeza hacia un costado. Solo caminaba, mirando solo lo suficiente como para mantenerme por el camino sin perder el equilibrio.

Pero esa era la paradoja, justamente esa era la paradoja. Caminando, evitando tropezar con alguna persona, simplemente avanzando hacia la nada. No había camino, no había ruta ni punto de llegada; ni siquiera existía punto de partida. El comienzo fue en la nada, fue en medio de un universo oscuro e indescifrable, fue un no y punto.

Por un momento miré hacia el cielo. Apenas algunas pocas nubes cubrían ese telón teatral de color celeste. No era azul, era celeste; era una tonalidad más clara y más vital. Al menos eso era lo que yo veía; o lo que yo quería ver. De cualquier forma al menos no sentía caer gotas rojas en mis manos.

Empecé a conversar conmigo mismo. Justamente eso es lo que no quería; pero, sin darme cuenta, ya estaba divagando nuevamente en mis pensamientos. Por un momento había estado fuera de la cueva, iluminado por la poderosa luz del sol, que de alguna manera trataba de asomarse por entre las oscuras nubes del desierto. Pero no, eso no duró nada, porque nuevamente más pudo mi ser, pudo más mi pensamiento y mi mente que todo lo demás. Sin embargo, allí queda constatada nuevamente la paradoja, la terrible contradicción que nunca podrá ser resuelta. Si alguna vez apareció el sol, era la luna luminosa que, a través del lente de mis ideas, se había transformado en un inmenso ente dorado, con cuyas brillantes llamaradas era capaz de herir mis ojos.

De todos modos, las heridas ya existían, y solo volvían a abrirse y a cicatrizar a cada momento, en cada instante; el sagrado y venerable verdugo de mi pensamiento, volvía a poner sal en mis heridas, mientras que su siempre presente compañero, aquel que nos engaña haciéndonos creer que todavía hay algo más, que todavía el verdugo no ha despertado, curaba superficialmente mi profundo lastimado.

Pero los ojos seguían viendo y seguían vivos, pero eran como muertos, como oscuras dagas que cuando eran desenfundadas solo eran capaces de causar daño a quien se atreviese a siquiera mirarlas. No había dicha ni desdicha, no había principio ni fin. Había una larga e interminable sucesión de sistemas inacabados por los cuales transcurría mi vida y de los cuales pasaba a través de puertas laberínticas que me llevaban siempre a formularme la misma pregunta: ¿no pasé ya por aquí? No pasé ya por aquí, ¡qué pregunta!

Nunca volvía a pasar por el mismo lugar, siempre era diferente. Era diferente para mí, porque así quería que creyera mi buen amigo el verdugo. Hace tiempo que ya lo descubrí, pero no quiero que sepa que lo que he hecho, quiero que siga disfrutando con la idea de que todavía sigo creyendo en él. Sin embargo, muchas veces no estoy seguro si lo disfrutará en realidad, pues nunca me mira a los ojos, es más, nunca lo he visto de frente.

Nunca lo he visto, solo he visto su sombra en sueños o pesadillas. Curiosamente, más lo he visto en sueños, es más, creo que jamás ha estado en mis pesadillas. Es que en mis pesadillas es cuando realmente puedo estar solo, cuando puedo ver la verdad, cuando puedo sentir el verdadero dolor que produce apretar con todo mi ser la verdad. Así, cuando más siento que un fuerte abrazo me traerá el calor nunca sentido, o que no he sentido hace siglos, el ambiente se pone tosco y pesado porque el dolor de tener entre mis brazos a la verdad me desespera.

El verdugo aparece cuando debe aparecer. Es necesario que lo haga. Si no lo hace, que sentido tendría soñar. El verdugo no habla nunca, ni se mueve; bueno, si lo hace, pero cuando yo estoy distraído, o cuando él cree que lo estoy, pues yo también lo he engañado, yo también le he hecho creer que creo en él y que todas sus jugadas ocultas son ajenas a mi percepción. Empero, yo también me he engañado a mí mismo, pues el verdugo sabe bien que yo ya sé que el sabe que ya no me sorprende. En todo caso, los dos seguimos manteniendo nuestra sincera hipocresía y así convivimos con tranquilidad, si cabe el término. Claro, es que con el verdugo jamás hay emoción, jamás hay algo que pueda alterar los nervios; es todo pasividad, es toda una ceremonia religiosa interminable, en donde tratamos de conectarnos entre un abismo infranqueable, que los dos muy bien sabemos es un espejo que podemos romper en cualquier momento, pero no queremos hacerlo, porque queremos creer que jamás podremos entrar en contacto, aunque siempre lo estamos.

Pero el compañero del verdugo en cambio es un desgraciado. Siempre lo miró a los ojos y solo es capaz de presentarse con una absurda sonrisa. Una sonrisa falsamente verdadera, una sonrisa que solo transmite tristeza y dolor. Cuando lo veo, solo quiero volver a mi cueva y dormir, para jamás despertar. Pero él me sigue y me despierta, e impide que mi alma también se duerma y no vuelva a vagar por ahí. El verdugo, claro está, nunca interviene, porque ello sería romper nuestro pacto tácito, nuestro acuerdo nunca firmado ni acordado, pero implícitamente escrito con profundas marcas de fuego en mi piel.

El compañero del verdugo, de quien ya olvidé el nombre hace mucho tiempo, no descansa jamás y solo se sienta cuando el verdugo se acerca, lo cual ocurre más seguido últimamente. El compañero nunca duerme, por eso siempre esta en mis sueños y en mis pesadillas, especialmente en éstas. Mis pesadillas son extrañas, no por su contenido, sino porque se convierten en tales cuando despierto. Mientras duermo, me invaden con su asquerosa belleza, me alimentan con su horrible hermosura. Cuando despierto, siento que la mitad de mi vida ya ha sido devorada, no por el verdugo ni por su compañero, sino por otro ser, otro ente y otra cosa que todavía no descubro. Solo especulaciones.

Cuando despierto, la pesadilla toma cuerpo. Antes, no era nada. En cambio los sueños, que cada vez son más, son reconfortantes. Cuando duermo, parecen ser horribles, agitantes, dolorosos y terribles; pero cuando despierto, siento que al final, después de abrazar a la verdad hasta morir desangrado por sus profundas espinas, vuelvo a nacer; nazco, no más fuerte, sino más yo, más persona, menos espíritu. Así siento que por fin todo tiene sentido, es decir, que nada tiene sentido. En efecto, el único sentido de todo es el no sentido, en todos sus aspectos.

Pero ya he avanzado bastante y decido regresar; pero no hay regreso porque uno regresa de donde salió, pero yo no salí de ningún lado, no hubo punto de partida. El compañero del verdugo me indica el camino, pero el verdugo ya espera al final de dicho camino. Espera que por fin deje que la sinceridad supere a la hipocresía o, mejor dicho, que la hipocresía se revele como la verdad. Así, él me espera, yo me espero a mí mismo. He llegado. Volví, cierro los ojos y ya no te veo. No te veo y, por fin, el verdugo pasa a sentarse junto a mí, sobre mí, dentro de mí; mejor dicho, ya no hay verdugo. No hay verdugo, entonces tampoco su compañero, porque ya se fue; en realidad nunca estuvo presente, nunca existió. Por fin veo tu foto. Así creo que al fin podré ver donde termina todo. Una sonrisa lejana me recuerda al verdugo; luego, a ti.
La espada atraviesa mi cuerpo, no hay dolor, no hay tristeza, no hay destrucción ni transgresión. No hay vida tampoco; de hecho, nunca la hubo. No la hubo y no la habrá y, por ello, el verdugo y su compañero y yo mismo descubrimos que solo una cosa es cierta, con lo que ellos y yo vemos que nosotros solo somos, éramos, es decir no fuimos más que una invención. Me refugio en mi mismo, veo por fin toda la oscuridad. Veo por fin, al final de todo el túnel luminoso, la adorada y esperada oscuridad.
(22-junio-2007).

martes, 21 de octubre de 2008

LINDA CANCIÓN

Me dio ganas de escuchar esta canción... más que eso, de cantarla en mi mente con todas sus letras. Es muy bonita, inspiración pura de Silvio.


OLEO DE MUJER CON SOMBRERO

Una mujer se ha perdido
conocer el delirio y el polvo,
se ha perdido esta bella locura,
su breve cinturadebajo de mí.
Se ha perdido mi forma de amar,
se ha perdido mi huella en su mar.



Veo una luz que vacila
y promete dejarnos a oscuras.
Veo un perro ladrando a la luna
con otra figuraque recuerda a mí.
Veo más: veo que no me halló.
Veo más: veo que se perdió.



La cobardía es asunto
de los hombres, no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan a amores,
ni a historias,
se quedan allí.
Ni el recuerdo los puede salvar,
ni el mejor orador conjugar.



Una mujer innombrable
huye como una gaviota
y yo rápido seco mis botas,
blasfemo una nota
y apago el reloj.
Que me tenga cuidado el amor,
que le puedo cantar su canción.



Una mujer con sombrero,
como un cuadro del viejo Chagall,
corrompiéndose al centro del miedo
y yo, que no soy bueno,
me puse a llorar.
Pero entonces lloraba por mí,
y ahora lloro por verla morir.


MARC CHAGALL













domingo, 5 de octubre de 2008

A veces estoy hablando para mi...

Hoy voy a escribir algo… bonito, quizá hasta meloso o acaramelado; al menos eso parecerá sobre la superficie, pues puede ser que en el fondo haya tristeza o lamentación. No lo haré, afirmo, por alguna razón en especial, ni siquiera por inspiración. Simplemente, quiero escribir y lo haré sin importarme lo que se piense o produzca. Lo haré, simplemente, por escribir y escribir.





(And) honey All the movements you're starting to make
See me crumble and fall on my face
And I know the mistakes that I made
See it all disappear without a trace
And they call as they beckon you on
They said start as you mean to go on Start as you mean to go on
(A rush of blood to the head. Coldplay).




Hablaré por mi, no hay generalización en mis palabras aunque así suene.

Uno a veces quiere tener una imagen distinta de un mundo desagradable. Y así es como uno sigue creyendo en esas miradas sublimes, pensando probablemente que el gran espíritu de la humanidad, el gran sentimiento supuestamente común y exclusivo a los seres humanos, llega a su máximo esplendor cuando dos miradas se encuentran llenas de luz, llenas de ilusión transfigurada en realidad, llenas de la espiritualidad que sobrepasa todo lo material que inunda nuestras zombis vidas.



Poema triste
Estoy harto de mirar a los falsos ojos de las mujeres,
Y contemplar en silencio la tristeza de mi alma,
Porque si fuera un pobre diablo sediento de placeres,
Pedería importancia a quien mi corazón ahora ama.


Aunque injusto suene para mí lo que ahora digo,
Solo siento pesadumbre por lo que mi vida significa,
Ya que cuando el frío de la mañana es lo que respiro,
La tristeza que a mi alma embarga magnifica.


Por eso solo quisiera por un instante cerrar mis ojos,
Y sentir la dulzura de los labios de la inalcanzable diva,
Para de esa manera olvidar el dolor de mis quebrantos,
Y gritar al viento que he encontrado el sentido de la vida.
(No es nada personal ni en especial en contra de nadie, y recalco que no es por generalizar).




Cuando uno camina por la calle, siente la lluvia caer de repente; el cielo hacia el sur, lo notamos despejado, azul, con bellas nubes ligeramente teñidas de rosa, aguardando ansiosas el anochecer, para así dar rienda suelta a su romántica imaginación; dejar de lado las figuras que las inocentes mentes infantiles les atribuyen, y convertirse en las espectadoras privilegiadas de las centellantes estrellas que, de su lado, dan paso a una luna creciente apenas visible.



Y caminar, estábamos en eso, y caminar bajo la lluvia, no muy fuerte todavía, pero nostálgica como un flor marchita. Subir por una calle abandonada, las gotas en las mejillas, se juntan con las lágrimas que salen de los ojos. Un momento sublime, un corazón latiendo vivo, reflejando un sentimiento oculto.




La mente es muy poderosa, es nuestra fortaleza y a la vez nuestra debilidad, como seres humanos. Una ilusión puede destruirnos o reconstruirnos, darle valor a la vida, darle alegría al corazón. Siempre conmueve la película de los dos viejitos, sin haber nada de despectivo en mi expresión, que se han amado profundamente, largamente, fielmente y perpetuamente toda la vida, con la fortaleza de las antiguas pirámides que se mantienen incólumes a pesar de la lluvia, del sol, de los vientos y de los olvidos.





Reivindico el espejismo
De intentar ser uno mismo
Ese viaje hacia la nada
Que consiste en la certeza
De encontrar… en tu mirada
La Belleza
(La Belleza. Luis Eduardo Aute).




¿Habrá verdaderamente aquel complemento espiritual que mucho se representa en películas o libros? ¿A eso que le ponen tantos nombres diversos? Los corazones se suelen endurecer, y no siempre están listos para el momento que, siendo soñadores, debería ser el preciso. Pero quizá ese momento nunca llega, el momento de encontrarse con ese verdadero amor, ese complemento mutuo, esa mirada insospechada e inusitada, que es sincera y profunda, fogosa y espiritual, aire puro y verdad.

Pero el mundo nos da de golpes a diario, a cada momento. Llorar y sentarse a pensar, no por mucho, porque el tiempo nos carcome a cada segundo. Y mirar, mirar hacia lo que esperamos de nuestras vidas, sentir el temor de que no podemos ser lo que quisiéramos ser; o la decepción de quedarse sin héroes, sin la luz al final, sin algo o alguien en que o quien creer. Solo nos tenemos a nosotros mismos, estamos solos y abandonados. En los momentos de las decisiones más duras, en los momentos de las cuestas más duras, solo estamos nosotros solos, porque quienes nos apoyan también libran sus propias batallas, y en el fondo de nuestras almas lo definitivo queda en nuestra última decisión.



Pero cuando uno despierta de una pesadilla, de la muerte hecha realidad en los pensamientos, tener una mano nivea y sincera con la de uno, sintiendo el espíritu materializado a través de un sentimiento sublime; quizá la cuesta se hace más sencilla, o quizá la cuesta se disfruta, y se desea que nunca acabe, porque mientras esa mirada indescriptible permanezca inmutable y perpetua, nada importa y todo lo palpable deja de tener sentido.

Con dolor, en verdad hoy tenemos que decir que,
"para no morir de hambre corremos el riesgo de morirnos de aburrimiento”





El sol seguirá saliendo, y algunas flores lo buscarán con ahínco, con deseo, con ilusión y con amor. Y lo esperarán todos los días, sin falta, con fidelidad. Y ojala no las sigan cortando, ojala no las sigamos cortando, ni pisando. Y ojala, las podamos seguir sembrando. Y ojala…

Dame un instante
Cantar al viento, no será suficiente,
si tus latidos no sienten a los míos.
Sentir la brisa, que dejas a tus pasos
ya no me basta si no tengo tu vida.

Si no me sientes, si aun no me encuentras
tendré que pedirle a mi corazón un trato
Que no me cante cuando me mires,
que no me haga estremecer cuando te acercas.

Dame un momento a solas con tus ojos.
Dame un instante, y lo haré suficiente.
Dame la noche, para ver las estrellas,
mientras te alumbren te cantaré al oído...

Si no me sientes, si aun no me encuentras
tendré que pedirle a mi corazón un trato
Que no me cante cuando me mires,
que no me haga estremecer cuando te acercas.

Dame un momento a solas con tus ojos.
Dame un instante, y lo haré suficiente.
Dame la noche, para ver las estrellas,
mientras te alumbren te cantaré al oído...
(Juan Fernando Velasco).
Fin.
BEVM.

miércoles, 1 de octubre de 2008

ME FUI DE NOTAS

Pues bueah (según los provenientes de cierto país sudamericano, eso signifca "bueno"), cuando corresponde ser serio (o sea, cero), estar concentrado (sin centrado), parecer inteligente (ininteligible), lucir eminente (demente), aparentar ecuanimidad (Ecuador), etc. etc. etc. (etcétera), pues no me falta capacidad ni estupidez. Pero cuando se trata de poner a fondo el acelerador de la irreverencia (ni que reverendo Alegría) y dedicarse a entablar conversaciones en las cuales únicamente se hablan disparates, tonteras, huevadas, pendejadas… en otras palabras, todo un conjunto armónicodesarmónico (no de harmónica, quizá de zampoña) de frases sin sentido, probablemente sea el campeón de los campeones, el winner de los winneresssses y, por si fuera poco, el contagiador más contagiante de la contangiación. Ahora, recordando un poco algo de aquellas repetidas manifestaciones verborrágicas, pensé en un par de célebres ocasiones:

1.- Gandho (Ursus) y yo, el día de la semifinal Liga-América, en el msn, 11h47 (si, de ley me acuerdo el minuto exacto) aproximadamente (modestia aparte):
(mi jefe de ese momento se llamaba Gerardo Morales)

Yo: …siempre y cuando Gerard Morals me de permiso, todavía no le digo nada del partido.
G: ¿La moral de Genaro?¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Yo: No, General Motors.

2.- En el msn con un amigo:

Yo: No es lo mismo General del Estado puesto preso, que Presupuesto General del Estado.
(…) (censura, avisé por si acaso)

Yo: …mami mami, en la escuela me dicen carevergg… agghh mijito, no joda, que los elefantes no van a la escuela.

Pero nada le gana a lo que pasó el día de hoy en mi oficina:
Jefa: bueno Byron, me despido.
Yo: Que le vaya bien Dra.
(…)
Trilililin… trilillin (teléfono… Rabinovich: … tras larga espera… pera, jugosa la pera… eran peras)
Conductor de J: retiró la renuncia, no le aceptaron (país candela, arde candela, país candela, hacia la libertad, ohhhohhhh... ohhhoohhh... Wel come Absurdistan).

Yo: plop¡¡¡¡… y no por ver a Yayita. (se supone que en la cultura Inca había un líder llamado Condorazo, lo que nos permite saber de donde surge la dinastía).

Mifui, nos vedreos.

viernes, 26 de septiembre de 2008

viernes 18h05

En la parte inferior derecha de mi... de la computadora de mi... del trabajo,dice las 18h05 cuando empiezo a escribir esto. En la música, Sivio con Oleo de mujer con sombrero. Semana extraña, corta y larga a la vez, enrevesada, enredada, para suspirar y para respirar; para saltar, para llorar, para descansar y sobretodo para decir ¡¡¡fuccctaa que cansancio!!! Harto complicada. La semana se resume en: presenté mi tesis en la U y ya en unas dos semanas me gradúo, me van a premiar -nuevamente- por norio, mi jefa renunció -mi jefa es magistrada...- estuvo concluyendo mi laberintoso, poco recomendable y bien jugoso proceso gripal, resistiendo la insoportable campaña electoral y las absurdas (al menos así pensaba cuando maldecía a todo y a tod@s haciendo estúpidas estadísticas de juicios) encomiendas del secretario de mi sala, y ahora llego a este viernes con el mismo escepticismo de siempre, más preocupado de todo menos de lo que debería preocuparme, frescaso por todo lo que los demás se preocupan (al menos mis más cercan@s), con un asqueroso dolor de espalda (ya no seas llorón) y bueno, aquí nomasf, de nuevo nostálgico un viernes antes de salir de la chamba y con la panza demasiado llena por la despedida de mi jefaza. En feeennn. Así pues, el domingo ganará la opción que ya sabemos, lo que ya se hizo durante casi180 años de paisito, con cualquier papel higiénico llamado constitución (parecido al inglés constipated), se podrá volver a hacer y lo distinto no depende de nadie más que de nosotros. Reflexionaba que somos acostumbrados a la tiranía, porque p.ej. en las aulas de clase nadie (el 1% que es la honrosa excepción) hace bien los trabajos o deberes si el profesor no es un déspota, ergo no hay razón para cortarse tanto las venas y ser tan llorones porque haya mano dura desde arriba, si en fin somos mal acostumbrados y así lo ha querido la mayoría. Víctimas voluntarias de un juego, porque creemos que hacemos algo al decir SI o NO, pero la verdad es que no hacemos nada y contribuimos a que todo siempre siga igual o peor, sin que nos quede claro a nadie que mismo está bien y que mismo está mal... para todos. Bueah, ya voy saliendo, terminando de escribir todas estas bazoflas a las 18h19.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Invitado inesperado, ausencia desgastada


Lo llevaban en un automóvil de los años 60’s, probablemente un Volkswagen escarabajo, aunque para el caso esta curiosidad solo tiene importancia para darle un toque más de abandono al trasfondo de la historia. Por una calle empedrada, sin una señal que dirigiera el rumbo, lo trasladaban sin que supiera verdaderamente el lugar al que llegaría; sin embargo, su intuición era muy poderosa, y adivinar aquel lugar en el que pronto estaría, lo hacía estremecerse, hasta el punto de que el conductor preguntó si todo estaba bien, sin que llegara a escuchar una respuesta clara y convincente. Pero curvaron a la derecha, y se detuvieron junto a una vieja puerta restaurada con fisuras trucadas y una enorme aldaba dorada. Apenas se hubo bajado, el enorme portón se abrió lentamente, dejando traslucir un sitio adornado con una intrigante luz tenue, unas cuantas mesas disgregadas con elegancia sobre un piso de madera poblada de intrigantes y fantásticas figuras pintadas sutilmente. Lo dejaron sobre una mesa, en cuyo centro se ubicada fantasmagóricamente una gruesa vela, rodeada de lo que otrora fueran sus más orgullosos escalones y que hoy solo eran un extraño ornamento tributario de la solitaria gravedad. Frente a él, una dama, con el rostro cubierto de sombras, que haciéndose la distraída prestaba atención al invisible pianista del fondo y lo hizo estremecerse hasta provocar que la cuarteada mesa temblara. Se levantó, lo miró por un momento, y así como estaba, con un desdén rayano en el olvido, movió suavemente su brazo, cubierto por un largo guante negro de gamuza, y lo tiró al suelo como quien sopla a una abeja muerta hacia un infierno de lodo y perfidia. Cayó en el piso, sin todavía saber en donde se encontraba y temblando de frío como estaba, trató de ponerse de pié y levantarse, pero en ese momento dos damas jamás descubiertas, lo pisaron con ánimo de pena, y siguieron su camino de largo sin percatarse de nada más que de sus largos vestidos de cola. El difunto nunca fue enterrado, y flotando sobre un lago de soledad y sueños frustrados, a veces se asoma por debajo de un puente buscando ilusamente que la luna lo ilumine, pero la presencia de los nubarrones siempre conspiran a favor de su perpetua derrota. Ese ente, flotante; ese corazón, decadente.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Seamos sinceros y no cojudos

En un set de televisión, una afamada entrevistadora de CNN moderaría un debate entre los, supuestamente, cuatro primeros candidatos en las encuestas -que se supone la publicación de sus resultados ya estaba prohibida para esas épocas-; ahí estuvieron presentes Álvaro Noboa, Rafael Correa, Cynthia Viteri y León Roldós. El día de las elecciones, el candidato Gilmar Gutiérrez alcanzaba un tercer lugar, con importante distancia sobre el señor Roldós, y lo suficientemente cerca como para generar una preocupación al segundo, Correa. ¿Por qué luego de que una multitud de gentes quiteñas botara a su ñaño Lucio hace menos de dos años, el Mayor (r) Gutiérrez consiguiera una posición tan sorprendentemente incisiva?
En los actuales momentos, si un extranjero llegara a Ecuador, a Quito o a Guayaquil, y leyera los dos periódicos de mayor circulación en el país, observará los más importantes medios de comunicación televisiva y escuchará las radios aparentemente más representativas de la opinión pública nacional, llegaría a la conclusión de que el proyecto de Constitución que se someterá a referéndum el próximo 28 de septiembre, va a ser negado por una aplastante mayoría. Sin embargo, la verdad es muy distinta.
Así como los gobernantes a lo largo de la historia patria siempre se han olvidado o han dejado en el letargo del sueño estatal a los pueblos más desgraciados y miserables del país, ahora la denominada opinión pública, masa amorfa que aglutina todo lo que se quiere y excluye todo lo que se puede, representada por los que denominan medios de comunicación masiva, tiene verdades muy distintas y análisis completamente ajenos a una realidad absolutamente compleja y diversa, cuyos significados no se pueden simplificar con estudios y conclusiones vacuas y llenas de lugares comunes.
Luego de décadas y casi siglos de exclusión, opresión, olvido, denigración, discriminación y hostilidad, el pueblo más abandonado y pobre del Ecuador probablemente siente el más poderoso de los sentimientos de reivindicación y liberación cuando el presidente Correa pronuncia sus consabidas “momias cocteleras”, “gorditas horrorosas”, “enano”, “Pocito”, “vieja pelucona”, “ándate a la casa del mástil mayor del palo del velero”, entre otras. Mientras muchos se cuestionan y cuestionan el vocabulario peculiarmente florido del actual primer mandatario, las mayorías lo aplauden y lo sienten muy dentro, en el fondo de sus dolidas y oprimidas almas, como una liberación llena de revancha y amor propio.
Por eso es que en el Ecuador el sí va a ganar, a pesar de una cúpula curial ensimismada en una actitud que alimenta el sentimiento de exclusión de los más pobres, de aquellos que creen en un Dios que no se ha acordado de ellos, porque mientras apenas les alcanza para alimentar las cinco bocas que tienen en un hogar de caña y malaria, un curita de traje blanco y cuello almidonado duerme bajo un techo de concreto y un estómago más que satisfecho.
Por eso es que en el Ecuador el sí va a ganar, porque mientras unos hablan de las virtudes de la democracia, de la división de poderes, de la descentralización, del parlamento -parafraseando a Lope de Vega, quiso el castellano que entre lamento y parlamento hayan solo tres letras diferentes- otros solo piensan en conseguir el medio centavo para el día y no morir debajo de un puente mientras, como una paradoja, pasan por sobre ellos los Mercedes y los Be emes.
Por eso es que en el Ecuador el sí va a ganar, porque mientras unos hablan de que va a haber un matrimonio entre homosexuales, que se va a legalizar el aborto y que se van a permitir las drogas; otros se lamentan de no poder mantener un hogar y marcharse a buscar con que vivir fuera de su terruño, de dejar atrás el descontrol de los deseos y los instintos para luego no tener que sufrir por tener que traer una hambrienta boca más al mundo ante la testarudez de una Iglesia ciega ante el SIDA en África y América Latina, y de un país lleno de ebrios conductores y maltratadores que so pretexto de un sufrimiento incontrolable recurren al licor para aliviar sus penas, mientras los niños abandonados se “gomean” por sentir que sus tripas se llenan de aire o amebas por tener que comerse, si es que la “divina providencia” se acuerda de ellos, la primera porquería que se bota desde un Cherokee o de un Rodeo.
Ese es el país que tenemos, un país de gente que vive en otro mundo, que en la Navidad arma fundas de caramelos para regalarla a niños que duermen todo el año bajo cartones en la entrada de un edificio; o de niñas que se prostituyen con obesos extranjeros a cambio de una limosna para poder sobrevivir hasta morir de sífilis o diarrea. Ese es el país de ortices, veras, pachanos, pozos, yepeces, spurriers, paredeses, nebots, febres corderos, albornoces, e-gases, entre otros. Un paisito destrozado, en el que cantarle a una asambleísta el himno nacional de 5000 países, leído de una polla para la ocasión, demuestra la ignorancia de un pueblo para el que la educación es un mala palabra y la comida un atrevimiento.
Un país de gente que ha viajado todas sus vacaciones a Miami, Londres, L.A., Tokio, Curazao y Egipto, echando limosnas en los trastos de un indigente en la calle, y ahora gritan a los cuatro vientos que se vote No.
Quizá sea bueno que reflexionemos un poco. Quizá sea bueno que nos miremos a nosotros mismos y digamos: ¿qué hemos hecho por nuestro país antes, para que ahora le reclamemos una decisión determinada? Estoy harto de la hipocresía; estoy harto, de que se hable de moral cuando no somos capaces nosotros mismos de respetarnos y de respetar a quienes nos rodean. Estoy harto de la gente que solo vive para reclamar y no se la juega, y se la pasa disfrutando de una vida a costa de la muerte de otros. Estoy harto de tener que seguir sentado frente a un computador y no poder actuar y luchar por los ideales que alimentan un alma ensimismada. Pero estoy completamente harto de tener que constatar todos los días la mediocridad de gente que ahora piensa que es la adalid de la lucha contra la opresión y el totalitarismo, de la ignorancia y la ignominia, cuando en sus propias vidas no hacen más que derrochar mediocridad y demostraciones hirientes de lo que constituye la ley del menor esfuerzo.
No creo que el proyecto de Constitución que se votará el 28 de septiembre, vaya a ser la solución a nuestros problemas, ni tampoco creo que vaya a ser el inicio o el primer paso de esa solución, pues esa decisión la tomamos todos y todas en nuestras vidas, y no esperando que un grupo de burócratas y tecnócratas arreglen y solucionen aquello que deberíamos mejorar cada uno de nosotros. Pero todo lo supuestamente malo que dicen que se va a poder hacer con ese proyecto, ya se lo ha hecho con cualquier Constitución que ha habido, y si nos remontamos a la actualmente vigente, basta decir: tres cortes supremas, tres presidentes botados, un congreso destituido, un tribunal supremo electoral elegido y destituido a dedo más de una decena de veces, un tribunal constitucional utilizado, depuesto y repuesto casi como las veces que un perro se persigue la cola, organismos de control presididos por los subrogantes -elegidos a dedo por los titulares ya depuestos, renunciados, cesados y concluidos- durante años sin chistar, fiscales generales elegidos de acuerdo al malestar estomacal del momento, ministerios de estado que ganan el guinnes en cantidad de jefes durante un año, cambio arbitrario de moneda teniendo en cuenta que según la Constitución vigente nuestra “unidad monetaria es el sucre”, leyes y contraleyes, reglamentos y contrareglamentos, hacinamiento y centros de estudio superior en escatología y crimen organizado en “centros de rehabilitación social”, comisiones anticorrupción en galopantes coimas policiales, etc etc etc.
Por lo tanto, dejemos a un lado la hipocresía. ¿Que hoy estamos bien? Que vayan a contarle a otro esos cuentos groseros y patanes. ¿Qué se está destruyendo la democracia y el Estado de Derecho? Alguna vez conocimos o vivimos algo así, como para que se destruya, pues ni modo que se vaya a destruir lo que no existe. En el país, la cantidad de abortos que se cometen al día parecería que va en proporción directa con las relaciones sexuales que en igual periodo se realizan; y la cantidad de procesos penales por aborto, es casi equivalente al número de abogados petroleros honestos y patriotas que hay en nuestro país. Así que el curita del barrio puede nomás seguir diciendo a las fieles adolescentes que no usen jeanes de cadera porque incitan al diablo, mientras los inquietos espermatozoides de unos más inquietos anhelan fecundar cuanto óvulo encuentren en su camino.
El actual proceso constituyente, ha servido sobretodo para mostrar la gran hipocresía de nuestro país. Esa hipocresía y esa doble moral que no escatima esfuerzos para esconderse detrás de trajes de gamusa, para esconder la podredumbre de las almas egoístas, vendibles, embargables y negociables.
Yo creo que hoy en día es fácil decir voy a votar si, y más fácil decir voy a votar no. Pero quiero verles y vernos, a todos, gane el sí o gane el no, que vamos a hacer por el país. Hoy tan patriotas, mañana seguramente muy patriarcas; hoy muy luchadoras, mañana muy solapadoras de niños machistas.
Quizá muchos no se indignan por los que fueron masacrados por supuestamente querer quitarles sus cosas, sino que sienten ira y desprecio consigo mismos hacia gente que no tuvo medio de luchar por sus ideales y morir en su lid, pero sin venderse a nadie ni a nada. Un día se abrirán nuestros cuerpos y nuestras almas mostrarán su verdadera naturaleza, y en ese momento todo se cubrirá de tinieblas porque el sol no tendrá la suficiente fuerza para derretir la podredumbre y traernos la luz del nuevo día.

sábado, 6 de septiembre de 2008

No quise conocerte, pero era mentira

-Señor, le voy a contar lo sucedido, pero le ruego que no me interrumpa, por favor, quiero que me escuche con toda la atención posible y, de ser posible, entendiendo los mensajes ocultos entre líneas … sabrá usted que tengo yo una manera muy particular de hablar, de conversar, o en todo caso, de tratar o de referirme a estos temas.
-Lo escucharé, pierda cuidado, no soy periodista o cronista, así que cuénteme su historia, y a final de cuentas, lo que usted me cuente quizá me sirva para construir ese personaje que tanto he anhelado en los últimos siete meses, ocho semanas y … tres días, para mi novela … que parece que nunca acabaré; pero adelante, comience pues con su historia.
-Mi historia, o mi no-historia, porque es tan desventurada o, mejor dicho, algo tan peculiar que quizá no merezca empezar con esa majestuosa H … por eso pienso que el inglés tiene más recursos cuando se puede utilizar una S para referirse a algo no histórico, aunque tampoco creo que lo mío pueda hacerse acreedor inocente a una categoría así. Usted juzgará.
-No soy juez, una vez quise serlo pero soy demasiado sincero y me di cuenta que si dictaba mi tercera sentencia, probablemente mi iban a nombrar cardenal … sin opción a ser Papa por supuesto.
-Esta bien, comienzo con lo mío, pero permítame servirme un café mientras le comentó.
-Claro que si buen hombre, espere le digo a mi señora que le sirva uno …
(…)
-Perfecto, ahora si empiezo:
Recordará usted pues, aquella ocasión en que un grupo de amigos formó un equipo de fútbol profesional, parecía que iba a ser glorioso, tanto que ganó con sobra de méritos su primer campeonato, y eso que eran puros chiquilines esos jugadores, pero el corazón que ponían, usted no se puede imaginar … bueno, si lo puede, porque usted lo vio al igual que yo, aunque tengo perfecto conocimiento que usted hinchaba por los rojos … como todo en su vida … quizá lo poco que tenemos en común usted y yo, aunque obviamente menos en lo futbolístico, porque desde que los bujías descendieron decidí olvidarme del fútbol. Pero bueno, veo que se ha emocionado un poco …
-No, tranquilo buen hombre, quizá la expresión de mi mirada reprodujo algo de la nostalgia que emana de mi corazón, pero no se preocupe, la experiencia a uno no solo le genera las arrugas y las canas, sino también esa prudencia que la juventud no debería tener jamás. Pero siga usted.
-Verá, entre esos jóvenes esta Aristizabal, aquel amigo de años, tanto que parecía de guerras pasadas, de esos que a uno le pasan la alforja y la cantimplora, en los momentos más duros de la batalla. Ese amigo me invitó ese día a tomar unas cervezas. Yo para entonces trabajaba en la imprenta de Don Julio, que como usted recordará solo aparecía de improviso para cerciorarse de que todos trabajáramos … y claro, a vigilar las rentas y a pagarnos los sueldos. Don Julio era una buena persona, de mirada hostil, pero de manos francas. Bueno, la cuestión es que nos sentamos a tomar esas cervezas, un par quizá, porque pronto tendríamos que detenernos. Me conversó que minutos antes había fundado el equipo, al cual siempre acompañó, incluso cuando con lágrimas en los ojos tuvieron que cerrarlo por la crisis del 65’, ya sabe usted que grave fue esa hecatombe, pero no nos pongamos sentimentales, al menos no todavía, o al menos no por esas causas.
-Prosiga, aunque usted vea en mis ojos la lluvia de un ayer que quiere amanecer hoy, no se inquiete y continúe con su relato.
-Pues así lo haré. Hubimos conversado algunas cosas sobre el régimen, el gobierno, la escasez y la marcha del “ferrocarrilero”, como usted recordará eso fue todo un acontecimiento, hasta ahora no podemos imaginarnos como pudo ser …, así es la vida mi amigo. Pero bueno, así estábamos, y vale la pena aquí explicarle … bueno, recordarle que en esas épocas ver a una mujer entrar a una taberna o bar, pues, incluso hoy se ve raro, pero esas son cosas de viejos, hoy todo esta bien y cambalache se queda corto.
-Toda la razón buen hombre … permítame encenderme una pipa, me hace falta en estos momentos que abaten mi alma, pero por favor, no se detenga.
-No se preocupe, siga nomás, le pediría una para mi pero hace cuatro años dejé de fumar porque empecé a llorar mucho por las noches luego de hacerlo, usted comprenderá.
-Si si, le entiendo, pero yo todavía quiero tener mis domingos tristes.
-Bueno, continúo. Así entonces, como le decía, ver una dama entrar al lugar, era algo imposible, era como si Fernández decidiera renunciar al gobierno y nombrar a Peralta su reemplazo, usted ya sabe como eran esos berracos, pero para entender bien la situación.
-Tiene toda la razón buen hombre, y ya le contaré en otra ocasión como mi primera esposa la encontré y la perdí asimismo en una taberna … pero prosiga.
-Pues sentados estábamos, y ya habrá adivinado usted lo que sucedió. Yo estaba con la mirada en el piso y primero escuché dos tacos en el piso, y luego miré dos botas negras en las maderas viejas de ese sitio, que debo decir era de los más tradicionales pero a su vez de los más antiguos, por lo que usted podrá ya imaginarse lo desgastado de los maderos, aunque según me contaron años después habían sido traídos de Europa.
-Bueno, de Europa Europa, pues, medio dudoso, ya sabe buen hombre que los rumores eran la distracción de la época, así que bien podrían haber sido del bosque de robles de la calle Ulumina.
-Si si, es cierto, pero bueno, vamos al grano. Entraron las dos botas, un vestido negro, ajustado a la cintura, y sin más solo reparé en la mirada de la visitante. Profunda, desdeñosa; los ojos claros, nariz sutil, labios gruesos pero muy definidos. Si usted la hubiera visto de seguro se habría quedado hecho un hielo, no solo por la rareza de ver una mujer por esos lugares, sino por la belleza indescriptible que emanaba de esa figura femenina. Nadie reaccionó, y quizá menos aun por la presencia tan imponente, la seguridad y la firmeza de aquella dama.
-Yo puedo adivinar de quien me está hablando usted, pero por favor siga adelante.
-Está bien, creo que está claro, pero de todas maneras podrá usted perdonarme que no pronuncie su nombre, ya que juré ante su tumba nunca pronunciarlo.
-¿Estuvo usted en el grupo de los anarcos rojos?
-No lo puedo creer, así que usted también …
-Ahí estábamos los dos …, pero ya sabe que en el grupo nadie sabía nada de nada ni de nadie, era la política más severa … de hecho, la única política. Las historias con “la dama” son muchas, algunas son mitos, otras leyendas, la mayoría simples cuentos y esporádicamente verdades.
-Ella me dijo que solo había amado a dos hombres, y me imaginé que el retrato de su comedor era el otro, luego supe que era un simple adorno barato.
-Debe usted precisar el termino amor, porque ella pudo haber amado a muchos y a ninguno. --Yo le serví por dos años, durante 23 meses y 29 días, apenas me paraba a su lado a verla comer y luego a escuchar como tocaba el piano, solo el último día me permitió compartir una opera con ella, que empezó en el piano y terminó en el ático, nunca más la volví a ver.
-Yo estuve con ella dos veces, la primera se puso a llorar antes de que la besara, y la segunda me empezó a besar cuando terminé de llorar. La primera fue el amor simbólico de dos jóvenes viviendo su más agradable madurez; la segunda fue el amor profundo de dos personas maduras recordando una juventud no vivida. A las dos las añoro, pero a la primera la recuerdo con más nostalgia, porque fue en esa ocasión cuando sentí por vez primera el amor y la ternura por una mujer, y asimismo la sensación de vacío al saber que no la vería nunca más de esa manera.
-Estaba usted tomando las cervezas …
-Ella se acercó a nuestra mesa, no saludó si quiera, simplemente dejó la ceniza de su cigarro en el improvisado cenicero que allí teníamos, lleno de migajas de pipa de la noche anterior. Ni siquiera nos miró, como si fuéramos simple basura. Pero luego supe que nos miró mucho, pero que no quería tomarnos en cuenta porque le parecíamos estúpidos … sé en el fondo que eso era un pretexto, porque en el fondo, a pesar de todo, ella era muy tímida, y ese día no quería perder su firmeza con alguna incómoda mirada. Se acercó al tabernero y le entregó un papel, y este tabernero, luego de revisarlo, se acercó a nosotros y sin decir palabra, nos lo mostró. Mi compañero lo miró por dos segundo, y no quiso verlo más. Yo lo arrebaté de las manos del tabernero y me quedé examinándolo por varios minutos; a decir verdad, al principio, no entendí nada, y ya cuando me daba por vencido recordé algo …
-De la universidad, estoy completamente seguro.
-Si, así es mi amigo, aquel profesor de filosofía tan extraño, que un día apareció muerto debajo de un árbol, con frac y champán en una mano, que contaba historias lúgubres cada viernes y que decía que quienes un día las comprendieran sabrían toda su vida, pues a él recordé, y recordé una de sus clases, una de esas en que no se trata nada sobre la materia, pero que quedan en la mente para siempre. Eso recordé y me levanté de la mesa con el papel en mi mano. Me acerqué a “la dama”, le besé la mano, y la tomé del brazo con firmeza. Ella no se resistió; por el contrario, me siguió, aunque a la salida se soltó bruscamente no sin dejar de seguirme el paso. Caminamos cinco cuadras sin pronunciar palabra; yo con la cabeza gacha y ella, supongo, con la cabeza de frente a la media luna de esa despejada noche. Llegamos al edificio rojo y ahí la dejé en la puerta y me retiraba sin decir nada, pero ella solo dijo: “si se va, dentro de 40 años no tendrá historias que contar”. Entramos.
-Ahí estaba yo.
-Claro, a eso iba. Hoy al entrar aquí pude saber que era usted. Ya me habían dicho que tenía que venir para acá, pero quería verlo primero para estar seguro y ahora si lo estoy.
-Yo era apenas un joven aprendiz, bueno, si es “eso” era digno de aprendizaje.
-De todo se aprende algo.
-Pero no siempre de algo se aprende todo.
-Bueno, creo que aprendimos mucho de “eso”. La cuestión es que yo entré y ella me dejó, se adelantó y llegó hasta donde estaba usted. Ya sabía que no era usted el personaje, que simplemente era un disfraz.
-Si era yo.
-¿Era usted “él”?
-Si, siempre fui yo.
-¿Por qué no viajó con nosotros el año 63?
-Si viajé, pero nadie lo supo.
-Si supo usted lo del incendio …
-Me enteré por la correspondencia de doña Marta.
-Doña Marta murió en el incendio, ¿no lo supo usted?
-Doña Marta provocó ese incendio mi buen amigo, por orden mía.
-No lo puedo creer, pero … si, todo es tan claro, lo entiendo ahora si.
-No lo piense tanto, siempre las cosas tienen una causa insospechada.
-Bueno, solo le diré que ella no murió, nos dejó solo porque no quería comprometerse con nadie.
-Me lo imaginaba, pero ¿por qué está usted tan seguro?
-Ella me dijo que viniera.
-¿Habló usted con ella, dónde está?
-Murió hoy.
-¿Qué? Pero, ¿cómo fue?
-No debería preocuparse de esa manera, total, para nosotros ya estaba muerta hace años. Es como la amistad que desaparece por un viaje, ha muerto para nosotros, quizá viva para otros.
-Ella … ¿murió para nosotros y para los otros?
-Ella murió, y punto, nada más.
-Usted no entiende, no comprende lo que está diciendo, la gravedad de sus palabras.
-Ella murió, eso es todo.
-Solo le diré lo siguiente. Un sábado me desperté tarde, me había acostado tarde el viernes porque salí a caminar por el parque y me quedé escribiendo junto a un poste de luz mirando la neblina entre los árboles, imaginando que se trataba de una fiesta de fantasmas. Me desperté ese sábado, y la ví frente a mi. Parpadeé, y ya no estaba. Volví a cerrar los ojos, y escuché una voz, la de ella, diciéndome: un día te iré a buscar, pero no es el momento.
-Pues, quizá este es el momento entonces.
-Mire, hoy volví del almuerzo y me recibió mi señora con la noticia de que la de las cartas le avisó que moriría en esta semana, y quizá usted no comprenda, pero yo no creo ni pienso que luego de mi fin vaya a haber otro comienzo, simplemente me parece irracional.
-Yo pienso igual, pero solo le puedo decir que ella murió.
-Ella no murió, porque siempre estará viva en nuestros corazones y esa es la inmortalidad, pero estaba seguro que volvería a abrazarla.
-Yo tampoco la abracé cuando murió, porque yo la maté.
-Ya lo sabía, así que no espere más y haga lo que tiene que hacer.

lunes, 1 de septiembre de 2008

cuandodanganasdeescribirhuevadasyunonoparahastaequiensabe


Tomó una hoja blanca de papel bond y se puso a mirarla estática pero profundamente. Al principio solo veía el infinito color blanco de la hoja, imaginándose que esa sería la imagen que ven aquellos que han estado cerca de la muerte, que han observado ese que denominan “túnel”, la luz enceguecedora, el portal, la mano, el toldo, la túnica, los bordados de ángel, los ángeles, San Pedro, Juanito Alimaña, Pedro Navaja, Juan Sinmiedo, Pedro Nadie, Juan Boliche, el negro bembón, entre otros. Pero luego la menté se quedó como esa hoja, en blanco; hasta que notó que la ya famosa hoja, no era completamente blanca, sino que tenía puntos rojos y verdes, y hasta amarillos. Por un momento pensó que se trataba de una de esas servilletas que dan en los puestos de hornados, que parecen papel de fax y que solo sirven para hacer surgir en el estómago el cargo de conciencia por la capacidad transparentadora de la grasa porcina. Enseguida se percató de lo absurdo de su pensamiento, teniendo presente que la hojita blanca provenía de la resma que había comprado hace 10 minutos en el supermercado. Luego, se aburrió, rompió la hoja en cuatro partes, utilizando la saliva de su lengua como eficiente diluyente de papel y sus manos como cortadoras especializadas, para elaborar una cámara de fotos y dedicarse a joderle la vida al primero que pasar por ahí, siendo este un niñito de 5 años que se puso a llorar apenas húbole visto al aprendiz de fotógrafo. Luego se sentó al filo de su cama, miró hacia el techo, lloró sus acostumbrados 15 minutos dominicales, y salió con rumbo al parque, siendo ya las 9pm. Fin.
Imagen tomada de:

viernes, 22 de agosto de 2008

Soledad

En el espejo infinito de lo impenetrable. En el fondo de la nada, se encuentra el misterio recóndito de lo inexpugnable. Allá adentro, nada se sabe pero de todo se siente. Hoy miles de cosas, de situaciones y millones de partículas de polvo, pero solo se puede palpar y percibir un rotundo, misterioso pero doloroso vacío. Lo piensan mucho quizás, mejor sería... quizás, no pensarlo. Una mirada que parece perdida, no es más que la secuela de un llanto pasado, pasajero pero incrustado con fuego en el alma. No importa el pensamiento, la razón no es bien recibida. Construí con mis propias manos un trayecto tortuoso, y ahora no estoy seguro si quiero transitarlo... o mejor dicho, si lo vivo ahora y sin darme cuenta, lo aprieto con pasión, mientras me hieren sus espinas.

sábado, 2 de agosto de 2008

COSAS QUE ARRRRRRANCAN SONRISAS


Pues a veces uno se halla caminando por áy, ocupado en sus propios asuntos, pues ni modo que estuviera desocupado en sus ajenos asuntos. Y así, caminando por donsea, tocaf a vecesf preguntarf donde queda algún lugar o dónde se pude localizar a alguien. Ya se sabe que los guardias nunca saben nada de nada, pero igual... uno se detiene en algún lugar y pregunta: P: buenas, donde queda el Edificio Garaicoa 678; R: desconozco. P: buenos días, on queda la calle Tucuman y de Los Cruzados; R: .... ehhh...... mm..... P: muy buenas tardes, ¿dónde queda su caseta señor guardia? R: pues eso pregúntele al administrador, yo no estoy autorizado a dar esa información. En fin.


Luego de discernir por un rato, uno se imagina que puede ser en el edificio Nosekomitos No. GG (de seguro en nuestro país hay algún lugar de número a, b, c, d, e...). En fin, la pregunta al guardia y obviamente... pues, no, en esta ocasión si tenía razón para no saber pues no era ese el lugar a llegar.


Entonces, pues, sucede lo que a uno le deja pensando un poco acerca de las probabilidades ciertas de que de repente por el aire cruce volando un cerdo de color verde, o que a un expresidente le boten (no le voten, ojo) por insano mental, en base a un CD en el que se autodenominó "el loco que ama". Repito, en fin.


Entonces, entré a la tienda de comestibles o víveres del lugar. Cuando uno entra a estos sitios, la mente fabrica la típica imagen de la (y recalco, LA, porque el prejuicio es de LA vendedorA, y no de EL [se que debería ser del, pero es para que se cache la idea] vendedoR... corrijo, vendedOr), vendedora, un poco pasada de peso y su saco de lana. Y bueno, así es que uno puede entrar por un yogur, un pan o por último, un chicle para mascar al estilo llama (no conozco otro estilo).


Raro fue que en la tienda dije buenas tardes y en la silla, para recoger mi pedido y cobrar lo comprado, se encontraba un pequeño y peludo sabueso que me miro con cortesía. Me respondió con un "buenas tardes caballero, desea algún producto en especial" (producto=vívere o snack... no lo que se imaginan que producen los perros).


Nada que ver, creo que cuando me iba a ladrar preguntándome algo, decidí salir con una sonrisa en la boca. Curioso suceso, quizá sea mejor ser recibido por un lindo perrito, antes que por una usurera vendedora... o mejor dicho, usurero vendedor (conozco muchas tiendas con tenderOs... y ahora, una con un perro tendero).


Chau.

Imagen tomada de: http://www.lacoctelera.com/myfiles/badmusic/perros3.jpg. Acceso: 2 de agosto de 2008.

lunes, 30 de junio de 2008

Historia Inconclusa

Ya lo escribí hace un buen tiempo (más de 6 meses), ahora lo vuelvo a publicar; ya continuaré con su escritura... cuando me vuelva a inspirar:


I

La aguja del tocadiscos bajó y, sutilmente, rozo el negro disco de acetato; apenas lo tocó y una dulce melodía empezó a percibirse a través del oído. Los poderosos pero todavía tenues rayos de sol entraban por la ventana de junto a la sala. Directo en la cara, en un principio no lograron que sus ojos se abrieran; pero luego de unos minutos, el nuevo e insólito calor de la mañana en la cara, causaron que sus párpados, cual gigante telón, permitieran dar paso a la gran obra teatral de esa jornada.

La música pronto empezó a llenar el ambiente, esa hermosa sinfonía de algún importante músico del renacimiento tardío. A su mente venían esas imágenes de los intrigantes cuadros de Dalí; recordaba aquella vez que en un museo de hace ya algún tiempo, se realizó una imponente exposición de los cuadros del insigne artista y, en aquella ocasión, por los ocultos parlantes del lugar, se propaga el dulce sonido de esas melodías que ahora escuchaba con melancolía.

Sintió los latidos de su corazón con inusual fuerza; no era algo que le causara preocupación o dolor físico, sino que más bien sentía como un estremecimiento que iba más allá de su presencia material en el mundo. Su alma, que había entrado en contacto con la irrealidad palpable de su existencia a través de sus oídos, ahora conquistaba toda su anatomía, llevándola por caminos pocas veces recorridos. Un corazón rojo y triangular, ahora formaba parte no solo de su cuerpo pues ya no estaba únicamente incrustado en medio de sus dos rosados pulmones, sino que en ese instante pasó a formar parte de algo mucho más trascendente; era un corazón desmaterializado.

Por sus pecosas mejillas empezaron a resbalarse unas pequeñas gotas, salidas por las orillas de sus ojos y que inexorablemente, como los ríos luchan contra piedras y montañas para encontrar a su azul amante el mar, se dirigían hasta sus labios. Junto a su delicada nariz, trascurrían ya con cierta fluidez y, luego, pasaban acariciando las comisuras de sus mágicos labios rojizos. No pudo evitar saborear el dulce sabor de esas amargas lágrimas, que le recordaban aquellos tiempos pasados que, en esos precisos momentos, tanto añoraba.

La aguja se trabó y la música se detuvo. El ensimismamiento terminó y el brillante cielo azul de la mañana, por fin le era evidente. Tenía un pequeño pañuelo celeste a su lado, con el que pudo secar sus lágrimas. Su pelo castaño, como dice la canción, estallaba en el cojín del sofá. El día anterior había estado sentada a la luz de la luna creciente, divagando en sus más oscuros y tristes pensamientos y, en ese estado de estupefacción, había caído dormida, temblando no por el frío que entraba a través de la ventana abierta, sino por la abrumadora soledad.

Se incorporó y olvidó por completó el ya medieval sonido del tocadiscos. Regresó a su diminuta habitación donde apenas había espacio para un colchón y decenas de libros regados por todas partes; sin embargo, también se había dado modos para poner una cafetera en un desvencijado velador de madera. No había agua ni café, así que solo pudo cambiarse de ropa y salir a dar un paseo por el parque.

Era domingo, el día más solitario de la semana. El desorden de la pieza, que era siempre aguantable pues no habían mayores cosas que pudieran quedar dispersas, en ese día le daban un toque desolador al lugar. No era la imagen de un sitio en el cual, la noche anterior, había habido alguna animada reunión o conversación entre amigos; era la imagen de un sitio descuidado y triste, conquistado por la gris solemnidad de la melancolía. Pero todo quedaría así, pues ordenar todo eso solo generaría más heridas insanables en el alma.

Salió y bajó por las gradas desde el quinto piso en donde habitaba. Nunca le había gustado utilizar el ascensor por miedo a encontrarse con alguien, lo cual tampoco tenía mayor sentido pues realmente el aparente ascensor que había allí, estaba averiado desde hace ya muchos años; era el lamentable reflejo de lo que alguna vez fue un bien avaluado edificio residencial.

A pesar de que ya los rayos del sol habían explotado en su rostro, cuando salió a la calle sintió que emergía desde un cloaca en la cual había permanecido toda su vida y, por primera vez, era capaz de percibir la luz del astro rey. Sus hermosos ojos celestes apenas si podían soportar aquella luminosa tempestad de fuego. Se mantuvo en su lugar por varios segundos hasta lograr adaptarse al nuevo medio. Frente a ella pasó un taxi de color rojo, completamente inusual; solo hizo sonar levemente su bocina para llamarle la atención, pero ella ni se percató de ello y siguió concentrada en vencer al poderoso cancerbero del sistema solar. De todos modos, eso fue como la primera campanada que le sirvió para, nuevamente, correr el telón del teatro.

Empezó a caminar sin rumbo cierto, pues había olvidado la idea del parque, sin embargo, quizá inconscientemente, sus largas y torneadas piernas le llevaban hacia aquel lugar. En la primera esquina, el vendedor del puesto de revistas la saludó cordialmente, como siempre lo hacía cada vez que la veía. Ella siempre solía responder, pero con inocultable desdén. Quizá porque el vendedor en realidad no tenía un aspecto muy agradable, menos aun por el tipo de revistas que aparecían en el mostrador; empero, él siempre la miraba con cierta extraña alegría, pues le recordaba a su ya “fallecida” hija, que vivía en Paris, y de la cual no había recibido correspondencia jamás, desde hace 20 años. La verdad es que a pesar de su desden, ella estaba segura de que los dos tenían algo en común, que lo evidenciaban cuando apenas se miraban por un par de segundos todos los días.

Ella continúo caminando y junto a ella pasó un mensajero de la más grande empresa de la ciudad. Él sentía un profundo delirio febril por ella y siempre se daba modos para encontrarla, así sea con la complicidad de las fuerzas ocultas que dominan las casualidades de la vida. Cuando ella se acercaba, automáticamente bajaba la vista al piso y, en el momento en que estaba uno al lado de la otra, la alzaba levemente para contemplarla por milésimas de segundo que para él eran lo que justificaba haberse despertado esa mañana. Sin embargo, ella jamás contestaba sus miradas, no porque quisiera ignorarlo, sino porque lo ignoraba naturalmente; en efecto, nunca lo había visto, era alguien que no había entrado ni de pasada por su vida. Para él, no había sol oculto detrás de la montaña cada madrugada, sino un breve luz de vida cada mañana en la calle de camino a su trabajo.

Ya estaba cerca del parque y, junto a la entrada, observó nuevamente el banco en el cual, todos los domingos, se sentaba durante largas horas de la mañana a contemplar a las palomas; a veces les llevaba migas de pan y les repartía, en otras ocasiones solo se quedaba ahí, paralizada, mientras ellas la rodeaban reclamando aquello que creían era su derecho. En ese día no llevaba nada, pero tampoco habían palomas y ella se dio cuenta de ello inmediatamente.

Efectivamente, todas sus transitorias compañeras de los domingos no estaban allí con ella. Lo primero que pensó fue en la muerte, aquella terrible señora que a todos nos espera y que solo nos protege hasta que llegue el momento de partir junto a ella. Descartó esa posibilidad pues en los árboles permanecían algunos nidos y, en uno de ellos, pudo encontrar un pequeño grupo de pollitos recién salidos de sus huevos, que chillaban por su alimento. Entonces pensó que estaban en otro lado y con su mirada recorrió lo más que pudo todo el parque y acertó. Todas las palomas que solían acompañarla, ahora estaban rodeando otra banca, ubicada a su izquierda a unos trescientos metros. Se sintió indignada y una gran furia invadió su corazón, especialmente cuando pudo ver a otra mujer dando de comer migajas de pan a las ingratas aves. En esos momentos estaba dispuesta a levantarse, acercarse a la otra banca, asustar a todas las palomas y darle su merecido a la usurpadora. Pero finalmente no lo hizo y se sintió más triste, más despreciada, más sola.

Antes de empezar a llorar, para evitarlo, tuvo que levantarse y dar una vuelta por el parque. Nunca había hecho eso, al menos no desde que era una niña. Solamente solía llegar a la siempre silente banca de la entrada y quedarse ahí durante horas para luego regresar a su pieza. Pero ahora empezó a dar una vuelta por los caminos del parque. A pesar de tratarse de un sitio de esparcimiento de ya bastantes años, se conservaba bien y siempre estaba lleno los fines de semana. Era un parque familiar, lleno de jardines, algunos de los cuales asemejaban, al menos para ella, los lastimeros paisajes que Van Gogh dibujaba.

Caminó durante un buen tiempo, a paso lento. En determinado momento, dejó de fijarse en lo que le rodeaba y solo se concentró en medir sus pasos, en calcular el tiempo que tomaba entre que la planta de su pie izquierdo dejaba de tocar el suelo, hasta que la punta de su pie derecho invadía por completo el piso; luego, empezó a poner atención en no cruzar con sus pies las líneas incrustadas en el camino y, cuando habían piedras o adoquines cuyas líneas resultaban ser infranqueables, no dudaba en invadir el pasto de los jardines; al final se dio cuenta de que era imposible evitar todas las líneas y volvió a sentir su profunda depresión.

Despertó de su momentáneo letargo al escuchar el embriagante sonido de una harmónica. Enseguida buscó con su mirada el sitio desde el cual provenía esa melodía y, luego de darse casi una vuelta completa de ciento ochenta grados, reparó en un señor vestido muy originalmente, con un frac de color verde militar, un pantalón café sin bastas que le llegaba hasta las canillas y un sombrero negro adornado con tres plumas de colores azul, rojo y blanco y una otoñal hoja anaranjada; el hombrecillo estaba sentado en una de esas sillas que utilizan los lustrabotas y tocaba su harmónica mientras ansioso esperaba que alguien depositara alguna moneda en la torcida taza de metal colocada en el piso y, de la cual, extraía cada moneda que le dejaban para conseguir una impresión más desgraciada de su realidad. Sin embargo, a ella le pareció ser una persona bastante curiosa y le causó interés; por ello, se quedo viéndolo por un buen rato, sin que él reparara en su presencia. En realidad muchas personas depositaban sus monedas, especialmente niños que alegres con ese sonidito solícitos pedían dinero a sus padres y se lo dejaban allí recibiendo del artista una cálida sonrisa.

Pasado unos minutos, ella estaba completamente ensimismada escuchándolo, en cierta medida recordando épocas de felicidad pasada. Tanto se distrajo en esos sonidos, que al final no se dio cuenta que el hombrecillo cambió su harmónica por una zampoña de la cual surgían sonidos más graves y huecos, con ese saborcito andino de lejanía y paz campestre. Empezó a sentirse embobada, somnolienta y tuvo que buscar una banca en donde sentarse, pues además no quería dejar de escuchar esa droga musical. Permaneció sentada, escuchando durante mucho tiempo. El hombrecillo ni siquiera se imaginaba que esa mujercilla estaba ahí sentada por él o, mejor dicho, por su arte; por eso, trataba de ignorarla, pero no le era posible, pues ella tenía una belleza única que nunca antes había visto.

Al final, ella se levantó pues sintió que algo la llamaba y se retiró del parque con cierta rapidez. Estaba regresando a su pieza, pero algo le hacía pensar que no debía volver, que debía hacer algo más y no quedarse postrada en un sofá o en un colchón pensando en la nada, divagando por las rutas de la Vía Láctea recorriendo mundos que jamás visitaría y creando ilusiones que nunca se cumplirían.