domingo, 26 de octubre de 2008

Claroscuro

Me encontraba caminando por el parque de enfrente. Había salido de mi casa a tomar un poco de aire. En realidad, solamente quería salir de mi soledad, quería sentir la presencia de otras personas a mí alrededor. Quería presentir, al menos como una posibilidad, que habían personas mirándome, personas para quienes, al menos por un mísero instante, haya sido un ser viviente. Caminé varios segundos, sin mirar a nadie a los ojos, sin siquiera volver mi cabeza hacia un costado. Solo caminaba, mirando solo lo suficiente como para mantenerme por el camino sin perder el equilibrio.

Pero esa era la paradoja, justamente esa era la paradoja. Caminando, evitando tropezar con alguna persona, simplemente avanzando hacia la nada. No había camino, no había ruta ni punto de llegada; ni siquiera existía punto de partida. El comienzo fue en la nada, fue en medio de un universo oscuro e indescifrable, fue un no y punto.

Por un momento miré hacia el cielo. Apenas algunas pocas nubes cubrían ese telón teatral de color celeste. No era azul, era celeste; era una tonalidad más clara y más vital. Al menos eso era lo que yo veía; o lo que yo quería ver. De cualquier forma al menos no sentía caer gotas rojas en mis manos.

Empecé a conversar conmigo mismo. Justamente eso es lo que no quería; pero, sin darme cuenta, ya estaba divagando nuevamente en mis pensamientos. Por un momento había estado fuera de la cueva, iluminado por la poderosa luz del sol, que de alguna manera trataba de asomarse por entre las oscuras nubes del desierto. Pero no, eso no duró nada, porque nuevamente más pudo mi ser, pudo más mi pensamiento y mi mente que todo lo demás. Sin embargo, allí queda constatada nuevamente la paradoja, la terrible contradicción que nunca podrá ser resuelta. Si alguna vez apareció el sol, era la luna luminosa que, a través del lente de mis ideas, se había transformado en un inmenso ente dorado, con cuyas brillantes llamaradas era capaz de herir mis ojos.

De todos modos, las heridas ya existían, y solo volvían a abrirse y a cicatrizar a cada momento, en cada instante; el sagrado y venerable verdugo de mi pensamiento, volvía a poner sal en mis heridas, mientras que su siempre presente compañero, aquel que nos engaña haciéndonos creer que todavía hay algo más, que todavía el verdugo no ha despertado, curaba superficialmente mi profundo lastimado.

Pero los ojos seguían viendo y seguían vivos, pero eran como muertos, como oscuras dagas que cuando eran desenfundadas solo eran capaces de causar daño a quien se atreviese a siquiera mirarlas. No había dicha ni desdicha, no había principio ni fin. Había una larga e interminable sucesión de sistemas inacabados por los cuales transcurría mi vida y de los cuales pasaba a través de puertas laberínticas que me llevaban siempre a formularme la misma pregunta: ¿no pasé ya por aquí? No pasé ya por aquí, ¡qué pregunta!

Nunca volvía a pasar por el mismo lugar, siempre era diferente. Era diferente para mí, porque así quería que creyera mi buen amigo el verdugo. Hace tiempo que ya lo descubrí, pero no quiero que sepa que lo que he hecho, quiero que siga disfrutando con la idea de que todavía sigo creyendo en él. Sin embargo, muchas veces no estoy seguro si lo disfrutará en realidad, pues nunca me mira a los ojos, es más, nunca lo he visto de frente.

Nunca lo he visto, solo he visto su sombra en sueños o pesadillas. Curiosamente, más lo he visto en sueños, es más, creo que jamás ha estado en mis pesadillas. Es que en mis pesadillas es cuando realmente puedo estar solo, cuando puedo ver la verdad, cuando puedo sentir el verdadero dolor que produce apretar con todo mi ser la verdad. Así, cuando más siento que un fuerte abrazo me traerá el calor nunca sentido, o que no he sentido hace siglos, el ambiente se pone tosco y pesado porque el dolor de tener entre mis brazos a la verdad me desespera.

El verdugo aparece cuando debe aparecer. Es necesario que lo haga. Si no lo hace, que sentido tendría soñar. El verdugo no habla nunca, ni se mueve; bueno, si lo hace, pero cuando yo estoy distraído, o cuando él cree que lo estoy, pues yo también lo he engañado, yo también le he hecho creer que creo en él y que todas sus jugadas ocultas son ajenas a mi percepción. Empero, yo también me he engañado a mí mismo, pues el verdugo sabe bien que yo ya sé que el sabe que ya no me sorprende. En todo caso, los dos seguimos manteniendo nuestra sincera hipocresía y así convivimos con tranquilidad, si cabe el término. Claro, es que con el verdugo jamás hay emoción, jamás hay algo que pueda alterar los nervios; es todo pasividad, es toda una ceremonia religiosa interminable, en donde tratamos de conectarnos entre un abismo infranqueable, que los dos muy bien sabemos es un espejo que podemos romper en cualquier momento, pero no queremos hacerlo, porque queremos creer que jamás podremos entrar en contacto, aunque siempre lo estamos.

Pero el compañero del verdugo en cambio es un desgraciado. Siempre lo miró a los ojos y solo es capaz de presentarse con una absurda sonrisa. Una sonrisa falsamente verdadera, una sonrisa que solo transmite tristeza y dolor. Cuando lo veo, solo quiero volver a mi cueva y dormir, para jamás despertar. Pero él me sigue y me despierta, e impide que mi alma también se duerma y no vuelva a vagar por ahí. El verdugo, claro está, nunca interviene, porque ello sería romper nuestro pacto tácito, nuestro acuerdo nunca firmado ni acordado, pero implícitamente escrito con profundas marcas de fuego en mi piel.

El compañero del verdugo, de quien ya olvidé el nombre hace mucho tiempo, no descansa jamás y solo se sienta cuando el verdugo se acerca, lo cual ocurre más seguido últimamente. El compañero nunca duerme, por eso siempre esta en mis sueños y en mis pesadillas, especialmente en éstas. Mis pesadillas son extrañas, no por su contenido, sino porque se convierten en tales cuando despierto. Mientras duermo, me invaden con su asquerosa belleza, me alimentan con su horrible hermosura. Cuando despierto, siento que la mitad de mi vida ya ha sido devorada, no por el verdugo ni por su compañero, sino por otro ser, otro ente y otra cosa que todavía no descubro. Solo especulaciones.

Cuando despierto, la pesadilla toma cuerpo. Antes, no era nada. En cambio los sueños, que cada vez son más, son reconfortantes. Cuando duermo, parecen ser horribles, agitantes, dolorosos y terribles; pero cuando despierto, siento que al final, después de abrazar a la verdad hasta morir desangrado por sus profundas espinas, vuelvo a nacer; nazco, no más fuerte, sino más yo, más persona, menos espíritu. Así siento que por fin todo tiene sentido, es decir, que nada tiene sentido. En efecto, el único sentido de todo es el no sentido, en todos sus aspectos.

Pero ya he avanzado bastante y decido regresar; pero no hay regreso porque uno regresa de donde salió, pero yo no salí de ningún lado, no hubo punto de partida. El compañero del verdugo me indica el camino, pero el verdugo ya espera al final de dicho camino. Espera que por fin deje que la sinceridad supere a la hipocresía o, mejor dicho, que la hipocresía se revele como la verdad. Así, él me espera, yo me espero a mí mismo. He llegado. Volví, cierro los ojos y ya no te veo. No te veo y, por fin, el verdugo pasa a sentarse junto a mí, sobre mí, dentro de mí; mejor dicho, ya no hay verdugo. No hay verdugo, entonces tampoco su compañero, porque ya se fue; en realidad nunca estuvo presente, nunca existió. Por fin veo tu foto. Así creo que al fin podré ver donde termina todo. Una sonrisa lejana me recuerda al verdugo; luego, a ti.
La espada atraviesa mi cuerpo, no hay dolor, no hay tristeza, no hay destrucción ni transgresión. No hay vida tampoco; de hecho, nunca la hubo. No la hubo y no la habrá y, por ello, el verdugo y su compañero y yo mismo descubrimos que solo una cosa es cierta, con lo que ellos y yo vemos que nosotros solo somos, éramos, es decir no fuimos más que una invención. Me refugio en mi mismo, veo por fin toda la oscuridad. Veo por fin, al final de todo el túnel luminoso, la adorada y esperada oscuridad.
(22-junio-2007).

1 comentario:

Ursus Andinus - IronGandho dijo...

Sómos tan sólo una invención...

Estuvo genialmente atrapante tu post estimado Byron... Grande.
Muchas veces inventamos verdugos, otros personajes y otras personas para poder hacer lo que uno no desea...

Muy bueno, felicitaciones.