jueves, 12 de noviembre de 2009

RECORDARTE EN LAS TINIEBLAS

La puerta se abrió lentamente, como si no fuera yo quien la estuviera empujando. No había luz detrás de ella, ni siquiera se podían distinguir las sombras ni los rincones; era la oscuridad total, la penumbra en medio de una nada inhóspita y lúgubre. Quise abrirme paso, andar aunque sea unos pocos metros por entre las tinieblas; sin embargo, ese aire cargado de densidades insoportables, esa sensación de sentirse atosigado y a la vez amenazado, no me permitía dar un solo paso más. Estaba completamente paralizado, mirando hacia la profundidad de algo que ni siquiera era ni podía ser capaz de divisar. Permanecí de manera insólita, parado en la entrada sin mover una sola parte de mi débil anatomía; tal era la sensación de desasosiego, que no me permitía respirar del todo bien, y, en tales circunstancias, el desmayo parecía algo cercano y hasta deseable.

A pesar de esto, logré mantenerme atado a mis pensamientos y a cuestionarme mi actitud ante esta situación adversa. No quería imaginarme absolutamente nada, no quería pensar en nada, no quería saber de nada ni enterarme de nada nuevo; únicamente deseaba mirar larga y pesadamente a la profundidad de esa galaxia insoportable, de eso agujero impenetrable que requería mi presencia en su interior, pero que por desgracia, de manera simultánea, mediante fuerzas irreconocibles e invisibles, me impedía todo movimiento. Así que me resigné; me resigné a permanecer imperturbable hasta que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad y, así a lo mejor, pudiera encontrar un momento de lucidez en el cual adaptar mi desgraciada situación al incontrastable entorno que surgía a mi alrededor. Al parecer, mi estrategia empezó a funcionar, si bien no de una forma completamente satisfactoria, si bastante aceptable como empezar a soportar el pesado ambiente que allí se terminaba de establecer.

Al cabo de unos segundos, quise dar el primer paso, quise avanzar unos cuantos centímetros; y, así, levanté con parsimonia mi mano derecha, tratando de orientarla hacia adelante. Luego, pestañé forzadamente varias veces, pretendiendo representarme que con esa acción lograría enfocar mejor mi vista y percibir las cosas con mayor claridad; no obstante, no llegué a percibir algo nuevo, porque todo seguía siendo igual: tinieblas. De todas formas, mi brazo derecho, hacia al frente, ya estaba perpendicular a mi cuerpo, por lo que traté a avanzar un poco, levantando con bastante desatino mi pie izquierdo y tratando de calzarlo en el siguiente espacio disponible; por un momento, que quizá fue un segundo, pensé que no habría nada más que un abismo delante de mí, un profundo hoyo que me llevaría a las catacumbas de un templo abandonado y lleno de podredumbre. Para mi fortuna, debajo de mí solo había piso, firme y aparentemente seguro, lo que me dio más confianza para dar el siguiente paso.

Ahora, me encontraba en una posición distinta. Había dado un par de pasos y eso significaba que había abandonado la quietud, para avanzar y enfrentarme a posibles adversidades, lo que ciertamente me llenó a más valor y ánimo. En ese momento, cerré los ojos y empecé a respirar con más tranquilidad y concentración, al tiempo que elevé mis brazos hacia los costados, de modo que mis manos estuvieran equidistantes una de la otra. Sentí mis inspiraciones y exhalaciones con toda claridad, sin pensar en nada más que en mi respiración, sin abrir un solo instante mis ojos. De repente, percibí que una sombra se aproximaba, una sombra que solo podía distinguir cuando cerraba los ojos, pues apenas los abría, desaparecía. Me pregunté si era conveniente mantener los ojos cerrados, porque quizá podría ser peligroso; o si, por el contrario, al mantenerlos abiertos, me perdería de algún fenómeno capaz de cambiar mi vida. Opté por mantener mis párpados cerrados y esperar sin angustia ni ansiedad.

Seguía con mis manos extendidas hacia los costados de mi cuerpo, perpendiculares y equidistantes. De repente, una suave brisa recorrió mis orejas, y percibí un leve sonido armonioso pero ambiguo y casi inaudible. No abrí los ojos, no quería interrumpir el transe que estaba experimentando y, de todas maneras, ya no estaba seguro de la verdadera realidad de las cosas. La brisa se acentuó, y ahora percibí a la sombra mucho más cerca de mí, casi palpando mi nariz; y luego, un estremecimiento recorrió mi cuerpo, cuando una suave superficie indescifrable recorrió mi rostro. Me mantuve pasmado por al menos varios segundos, quizá minutos; sentía que era una suave piel, y tenía un aroma indescifrable pero, a la vez, dulce y capaz de provocar la calma en medio de una tenaz tormenta eléctrica. Sentía los dedos de una delicada mano, aunque no podía ni quería abrir los ojos para asegurarme de ello.

Volví a respirar muy pausadamente, tratando de olvidar un poco aquella mano que ahora ya no me tocaba más. Pensé inmediatamente que todo había sido una impresión causada por mi peculiar nerviosismo ante una situación de anormal oscuridad. Pero nunca sospeché que un nuevo estremecimiento recorrería todas mis entrañas; estaba lejos de imaginar que sentiría el shock de una corriente inexplicable por todo mi sistema nervioso. De manera inesperada, quizá insensata, me percaté que mis labios estaban siendo invadidos; no era la mano aquella de hacer unos momentos, eran otros labios, dulces como el agua en medio del desierto. Solo permanecí inmóvil, sin querer pensar en nada más, ni divagar sobre asuntos metafísicos, como solía hacer; ahora, estaba sintiendo la fuerza de la vida en mi propia alma, el corazón infinito de todo el universo latiendo dentro de mi cuerpo de manera incontenible, como si en cualquier momento miles de haces de luz empezaran a emerger insaciables desde mi interior.

El encuentro de mis labios con aquellos, no duró por mucho tiempo, pero sí lo suficiente para sentir el éxtasis de ese perfume que uno percibe solo de manera muy leve, pero que ya nunca podrá olvidar y recordará hasta volver a encontrarlo. Ella no volvió con sus labios, que se habían alejado; pero volvió con sus manos. Mis brazos bajaron lentamente, ante el ímpetu de los de aquella presencia insospechada; y mis dedos, empezaron a entrecruzarse con los de ella, como si olas irrefrenables se batieran incontenibles en un océano de artificios. De repente, sentí un calor ascendente acercándose a mí, como si lentamente una fogata distante se trasladara hasta mi lugar, sin que yo moviera un solo músculo, a pesar de desear su cercanía como nada más en el mundo. Escuché su susurro en mi oído izquierdo; sentí su mano cerca de mi oreja derecha, nuevamente sus labios acercándose, mis manos recorriendo sus brazos y mis ojos cerrados, deseando no abrirse nunca más, deseando no volver a contemplar la luz ni las sombras, porque con la quietud y la oscuridad me conformaba, porque con la quietud y la oscuridad era feliz por primera vez.