domingo, 14 de septiembre de 2008

Seamos sinceros y no cojudos

En un set de televisión, una afamada entrevistadora de CNN moderaría un debate entre los, supuestamente, cuatro primeros candidatos en las encuestas -que se supone la publicación de sus resultados ya estaba prohibida para esas épocas-; ahí estuvieron presentes Álvaro Noboa, Rafael Correa, Cynthia Viteri y León Roldós. El día de las elecciones, el candidato Gilmar Gutiérrez alcanzaba un tercer lugar, con importante distancia sobre el señor Roldós, y lo suficientemente cerca como para generar una preocupación al segundo, Correa. ¿Por qué luego de que una multitud de gentes quiteñas botara a su ñaño Lucio hace menos de dos años, el Mayor (r) Gutiérrez consiguiera una posición tan sorprendentemente incisiva?
En los actuales momentos, si un extranjero llegara a Ecuador, a Quito o a Guayaquil, y leyera los dos periódicos de mayor circulación en el país, observará los más importantes medios de comunicación televisiva y escuchará las radios aparentemente más representativas de la opinión pública nacional, llegaría a la conclusión de que el proyecto de Constitución que se someterá a referéndum el próximo 28 de septiembre, va a ser negado por una aplastante mayoría. Sin embargo, la verdad es muy distinta.
Así como los gobernantes a lo largo de la historia patria siempre se han olvidado o han dejado en el letargo del sueño estatal a los pueblos más desgraciados y miserables del país, ahora la denominada opinión pública, masa amorfa que aglutina todo lo que se quiere y excluye todo lo que se puede, representada por los que denominan medios de comunicación masiva, tiene verdades muy distintas y análisis completamente ajenos a una realidad absolutamente compleja y diversa, cuyos significados no se pueden simplificar con estudios y conclusiones vacuas y llenas de lugares comunes.
Luego de décadas y casi siglos de exclusión, opresión, olvido, denigración, discriminación y hostilidad, el pueblo más abandonado y pobre del Ecuador probablemente siente el más poderoso de los sentimientos de reivindicación y liberación cuando el presidente Correa pronuncia sus consabidas “momias cocteleras”, “gorditas horrorosas”, “enano”, “Pocito”, “vieja pelucona”, “ándate a la casa del mástil mayor del palo del velero”, entre otras. Mientras muchos se cuestionan y cuestionan el vocabulario peculiarmente florido del actual primer mandatario, las mayorías lo aplauden y lo sienten muy dentro, en el fondo de sus dolidas y oprimidas almas, como una liberación llena de revancha y amor propio.
Por eso es que en el Ecuador el sí va a ganar, a pesar de una cúpula curial ensimismada en una actitud que alimenta el sentimiento de exclusión de los más pobres, de aquellos que creen en un Dios que no se ha acordado de ellos, porque mientras apenas les alcanza para alimentar las cinco bocas que tienen en un hogar de caña y malaria, un curita de traje blanco y cuello almidonado duerme bajo un techo de concreto y un estómago más que satisfecho.
Por eso es que en el Ecuador el sí va a ganar, porque mientras unos hablan de las virtudes de la democracia, de la división de poderes, de la descentralización, del parlamento -parafraseando a Lope de Vega, quiso el castellano que entre lamento y parlamento hayan solo tres letras diferentes- otros solo piensan en conseguir el medio centavo para el día y no morir debajo de un puente mientras, como una paradoja, pasan por sobre ellos los Mercedes y los Be emes.
Por eso es que en el Ecuador el sí va a ganar, porque mientras unos hablan de que va a haber un matrimonio entre homosexuales, que se va a legalizar el aborto y que se van a permitir las drogas; otros se lamentan de no poder mantener un hogar y marcharse a buscar con que vivir fuera de su terruño, de dejar atrás el descontrol de los deseos y los instintos para luego no tener que sufrir por tener que traer una hambrienta boca más al mundo ante la testarudez de una Iglesia ciega ante el SIDA en África y América Latina, y de un país lleno de ebrios conductores y maltratadores que so pretexto de un sufrimiento incontrolable recurren al licor para aliviar sus penas, mientras los niños abandonados se “gomean” por sentir que sus tripas se llenan de aire o amebas por tener que comerse, si es que la “divina providencia” se acuerda de ellos, la primera porquería que se bota desde un Cherokee o de un Rodeo.
Ese es el país que tenemos, un país de gente que vive en otro mundo, que en la Navidad arma fundas de caramelos para regalarla a niños que duermen todo el año bajo cartones en la entrada de un edificio; o de niñas que se prostituyen con obesos extranjeros a cambio de una limosna para poder sobrevivir hasta morir de sífilis o diarrea. Ese es el país de ortices, veras, pachanos, pozos, yepeces, spurriers, paredeses, nebots, febres corderos, albornoces, e-gases, entre otros. Un paisito destrozado, en el que cantarle a una asambleísta el himno nacional de 5000 países, leído de una polla para la ocasión, demuestra la ignorancia de un pueblo para el que la educación es un mala palabra y la comida un atrevimiento.
Un país de gente que ha viajado todas sus vacaciones a Miami, Londres, L.A., Tokio, Curazao y Egipto, echando limosnas en los trastos de un indigente en la calle, y ahora gritan a los cuatro vientos que se vote No.
Quizá sea bueno que reflexionemos un poco. Quizá sea bueno que nos miremos a nosotros mismos y digamos: ¿qué hemos hecho por nuestro país antes, para que ahora le reclamemos una decisión determinada? Estoy harto de la hipocresía; estoy harto, de que se hable de moral cuando no somos capaces nosotros mismos de respetarnos y de respetar a quienes nos rodean. Estoy harto de la gente que solo vive para reclamar y no se la juega, y se la pasa disfrutando de una vida a costa de la muerte de otros. Estoy harto de tener que seguir sentado frente a un computador y no poder actuar y luchar por los ideales que alimentan un alma ensimismada. Pero estoy completamente harto de tener que constatar todos los días la mediocridad de gente que ahora piensa que es la adalid de la lucha contra la opresión y el totalitarismo, de la ignorancia y la ignominia, cuando en sus propias vidas no hacen más que derrochar mediocridad y demostraciones hirientes de lo que constituye la ley del menor esfuerzo.
No creo que el proyecto de Constitución que se votará el 28 de septiembre, vaya a ser la solución a nuestros problemas, ni tampoco creo que vaya a ser el inicio o el primer paso de esa solución, pues esa decisión la tomamos todos y todas en nuestras vidas, y no esperando que un grupo de burócratas y tecnócratas arreglen y solucionen aquello que deberíamos mejorar cada uno de nosotros. Pero todo lo supuestamente malo que dicen que se va a poder hacer con ese proyecto, ya se lo ha hecho con cualquier Constitución que ha habido, y si nos remontamos a la actualmente vigente, basta decir: tres cortes supremas, tres presidentes botados, un congreso destituido, un tribunal supremo electoral elegido y destituido a dedo más de una decena de veces, un tribunal constitucional utilizado, depuesto y repuesto casi como las veces que un perro se persigue la cola, organismos de control presididos por los subrogantes -elegidos a dedo por los titulares ya depuestos, renunciados, cesados y concluidos- durante años sin chistar, fiscales generales elegidos de acuerdo al malestar estomacal del momento, ministerios de estado que ganan el guinnes en cantidad de jefes durante un año, cambio arbitrario de moneda teniendo en cuenta que según la Constitución vigente nuestra “unidad monetaria es el sucre”, leyes y contraleyes, reglamentos y contrareglamentos, hacinamiento y centros de estudio superior en escatología y crimen organizado en “centros de rehabilitación social”, comisiones anticorrupción en galopantes coimas policiales, etc etc etc.
Por lo tanto, dejemos a un lado la hipocresía. ¿Que hoy estamos bien? Que vayan a contarle a otro esos cuentos groseros y patanes. ¿Qué se está destruyendo la democracia y el Estado de Derecho? Alguna vez conocimos o vivimos algo así, como para que se destruya, pues ni modo que se vaya a destruir lo que no existe. En el país, la cantidad de abortos que se cometen al día parecería que va en proporción directa con las relaciones sexuales que en igual periodo se realizan; y la cantidad de procesos penales por aborto, es casi equivalente al número de abogados petroleros honestos y patriotas que hay en nuestro país. Así que el curita del barrio puede nomás seguir diciendo a las fieles adolescentes que no usen jeanes de cadera porque incitan al diablo, mientras los inquietos espermatozoides de unos más inquietos anhelan fecundar cuanto óvulo encuentren en su camino.
El actual proceso constituyente, ha servido sobretodo para mostrar la gran hipocresía de nuestro país. Esa hipocresía y esa doble moral que no escatima esfuerzos para esconderse detrás de trajes de gamusa, para esconder la podredumbre de las almas egoístas, vendibles, embargables y negociables.
Yo creo que hoy en día es fácil decir voy a votar si, y más fácil decir voy a votar no. Pero quiero verles y vernos, a todos, gane el sí o gane el no, que vamos a hacer por el país. Hoy tan patriotas, mañana seguramente muy patriarcas; hoy muy luchadoras, mañana muy solapadoras de niños machistas.
Quizá muchos no se indignan por los que fueron masacrados por supuestamente querer quitarles sus cosas, sino que sienten ira y desprecio consigo mismos hacia gente que no tuvo medio de luchar por sus ideales y morir en su lid, pero sin venderse a nadie ni a nada. Un día se abrirán nuestros cuerpos y nuestras almas mostrarán su verdadera naturaleza, y en ese momento todo se cubrirá de tinieblas porque el sol no tendrá la suficiente fuerza para derretir la podredumbre y traernos la luz del nuevo día.