domingo, 16 de agosto de 2009

LAS COSAS CAMBIÁN... QUEDA LA NOSTALGIA

Un camino empieza donde otro termina, y así es como la vida nos lleva de un sendero a otro, muchas veces sin que lo pensemos mucho; o, a veces, por inconsciencia deliberada, lo que en el fondo significa que siempre hubo una razón determinada para que escoger un camino "este o por aquí", y no "ese o aquel".


Recuerdo un año atrás, en que pensaba que mi vida daría un giro importante, me encontraba a las puertas de eventos que, quizá, en términos de un observador imparcial y objetivo, pudieran resultar comunes y corrientes pero que, para mi, a la larga y la corta resultaron importantes, más de lo que debieron.


Levantarse temprano a trotar un poco en la Carolina, para luego muy apuradamente alistarse para salir al trabajo y llegar a la oficina a las 8 de la mañana, lo que generalmente no ocurría, pues dado que iba caminando al trabajo con mi pequeña maletita o bolso café, llegaba con 15 o 20 minutos de retraso. Realmente, desconozco porque sentía esa necesidad de no atrasarme, pero de siempre terminar llegando tarde; y para colmo, más o menos en la mitad de las ocasiones, con mi jefa ya estando allí para recriminármelo.


Personas así son a las que una nunca olvida, tan puntuales como mi abuelita decía que uno debe ser "...mijito, siempre a toda cita hay que llegar cinco o diez minutos antes mínimo". Así era mi jefa, una persona que, dentro de los límites que su propia experiencia le imponían, era un ejemplo de integridad. Lástima que uno aprende a valorar esas lecciones cuando pierde las oportunidades o cuando los tiempos que quizá, más por nostalgia que por verdad, uno los ve mejores o más satisfactorios.


Llegar así a la oficina, sintiéndose no tan importante como uno quisiera, pero sin pensar que lo era más de lo que se creía. Sentado las primeras casi 5 horas de trabajo, pendiente para levantarse más veloz que un rayo ante cualquier requerimiento, tratando de leer un poco la prensa por internet. Así y todo, el estres era un juego de todos los días, una rutina en cierta medida cómoda, pero un aprendizaje constante y que solo se pudo advertir su necesidad urgente, al haber concluido.


Recuerdo esas broncas que tuvimos, esas discusiones que una vez llegaron al resquebrajamiento absoluto; salir un viernes al almuerzo con todas las ganas de lanzarse del primer edificio que apareciera, pero no llegando a hacerlo por aferrarse, como salvadidas, a la obligación y esperanza de hacer firmar el informe de la tesis. Así y todo, sentirse el ser más abandonado de la existencia, aunque ello no sea más que una percepción, para volver el lunes sin saber si la actitud del "bravito pero tranquilito" no sería muy inmadura; o si la de "hacerse el loquito pero no muy cuerdito", constituiría demasiado evidente y llegaría a ser una ofensa. La verdad, y lo reconoceré siempre, sentí rabia cuando quien dirigía mi trabajo llegó con una enorme sonrisa como si nada hubiera ocurrido, incluso aconsejándome que dejara el justificativo correspondiente por mi ausencia vespertina del último día laborable de la anterior semana.


Y ahora, muchas veces incluso con lágrimas, recuerdo aquellas épocas; tiempos duros pero constructivos, tiempos de frustraciones pero también de muchas experiencias. Fueron épocas en que uno podía mirarse hacia adentro y hacia afuera y decirse, quizá con algo de orgullo desmedido, "estoy en un buen lugar, soy alguien importante para mi y para mucha gente". Todo ello, y aunque cueste decirlo, con los duros eventos de años atrás, en que el cielo se cayó y tocó continuar...


Pero llegó un día de octubre, en que no hubo queja por el atraso, ni recriminación por no reclamar el despacho de los otros jueces, el reclamo por la ausencia del chofer, la molestia por la lentitud del secretario relator; y también, claro, los comentarios hasta cierto punto chismosos sobre los nuevos estudiantes de la Facultad, y de las historias familiares, y también, de los problemas familiares (ja). Así, acabó la época en que la exigencia no era una molestia, sino una rutina edificante; en que a pesar de los dolores, tristezas y frustraciones, estabamos haciendo algo por ese lugar donde trabajábamos, quizá no mucho, quizá poco, pero realmente dábamos lo mejor por sacar adelante ese despacho y, al final, cuando regresé ese lunes y encontré una oficina vacía, no tener que responder por ningún expediente... todos habían sido despachados.


Esos fueron los buenos días, las buenas épocas. Y las recuerdo con mucha nostalgia. El año pasado, realmente fue tan lleno de tantas cosas; y ahora, que va pasando este actual, siento que con esa despedida, se fue mucho de mi. Pero fue aún más duro, cuando en un viernes de noviembre, el último de ese mes, me llegó ese oficio que, a la larga, cambió todo. Desde un lunes marchito, empezaba algo desconocido, pero que al final, resultó decepcionante. Luego de 6 meses, renuncié con temor, renuncié con dudas, pero renuncié con rabia y con sentimiento.


Mis sueños se derrumbaron un poco hace poco, y hace poco un poco empezó a cambiar todo nuevamente. Ahora, como siempre recordaré que me cantaron aquel día de quinto curso, frente a toda la secundaria, "...caminante no hay camino, se hace camino al andar..."; emprender la nueva oportunidad que "...nos presenta la vida paso a paso...".


Un camino terminó.

Otro camino comienza.

¿Qué nos deparará?