martes, 4 de noviembre de 2008

ME DA TANTO ASCO

El ejemplo del que parto muy probablemente es de lo más trivial, conocida es la frase de que el fútbol es “lo más importante de lo menos importante”. Sin embargo, me parece preciso, aunque obvio es que contiene una dosis de fanatismo, empezar refiriéndome al partido que el domingo último protagonizaron el B.S.C. de Guayaquil y la Liga en la ciudad porteña. Para dejar de lado un tanto la evidente parcialidad, citaré lo que ha recogido la prensa, concretamente el diario “El Comercio” en su parte deportiva del día de hoy martes 4 de noviembre de 2008: “Alfredo Intriago… El juez se llevó las críticas por sus polémicas decisiones en el encuentro entre Barcelona y Liga. Por ejemplo, exageró en la expulsión a Jairo Campos, exageró en las tarjetas, cortó las acciones y tampoco señaló los minutos de adición final”. Asimismo, en el diario “El Universo” del día lunes 3 de noviembre del presente año, con claridad, aunque con mínima atención, se señala: “Las expulsiones de Diego Calderón y Jairo Campos perjudicaron a los albos”.
Cuando se cometen injusticias, se falta a la verdad o se toman decisiones equivocadas una, dos o hasta tres veces, se puede aceptar que se trata de errores desafortunados, casualidades trágicas o desatinos inintencionales. Pero cuando esas actuaciones malogradas ocurren permanentemente, favoreciendo a los mismos y perjudicando a los mismos, el asunto toma tintes sospechosos. Que mejor que logar un triunfo, alcanzar un éxito, conseguir las metas jugando limpio, con las reglas claras, cumpliendo a cabalidad las exigencias previstas para una mejor convivencia; qué mejor recompensa que haber logrado lo propuesto, luego del esfuerzo propio, de las lágrimas inclusive, ahí está la mejor sensación de satisfacción. Pero, ¿qué mérito puede existir cuando en esos logros o éxitos han existido ayudas o apoyos francamente discriminadores? Pues a unos se les brinda todas las facilidades, o se les dan solapadas colaboraciones, y a otros les toca, como se dice comúnmente, “sacarse la madre” para lograr lo propuesto.

En el ámbito de lo académico, es dolorosamente vergonzoso, de vergüenza ajena, la perpetua y constante voluntad, no de dar a cada uno lo suyo, sino de copiar, plagiar y aplicar a rajatabla la “ley del menor esfuerzo”. En los típicos almuerzos familiares, en las reuniones de amigos, en las discusiones de clase, hasta en los pasillos del claustro universitario, se discute a veces con dogmática criticidad sobre la mediocridad, corrupción y autoritarismo de determinados gobernantes o políticos; pero al momento de rendir un examen, hacer una tarea o efectuar determinada investigación, el esfuerzo es mínimo, la lealtad académica es inexistente y el robo de las ideas ajenas es regla general. ¡¡¡Qué asco!!! Me da asco sinceramente, que todo sea tan deplorable, que haya tanta hipocresía salvaguardada por costumbres estúpidas.


Una vez escuché a alguien que decía: “yo copio porque no tengo otra opción, si repito el año mis papás tienen que pagar más”. Si esto lo hubiera escuchado de una persona de escasos recursos o con problemas de aprendizaje, podría pensar que no es su absoluta responsabilidad, que el estado o sus padres deben ocuparse de estas situaciones; pero siendo la persona que dijo esto alguien con posibilidades mucho mayores que la media de nuestro país, con acceso a herramientas que la gran mayoría de habitantes del Ecuador difícilmente o nunca podrán alcanzar, realmente me causó nauseas, desazón y tristeza, sensaciones que vuelven a mi cuando recuerdo dichas frases.

En una ocasión, en la universidad, un profesor no podía asistir a tomar el examen; como mal acostumbrados que somos, sino hay un “macho castigador” que imponga sanciones, grite o insulte, o al menos controle, esto se vuelve una revuelta de anarquía sinsentido, todos y todas, porque ya es hora de destruir ese mito de que las mujeres por ser mujeres son más honestas y honradas que los varones, prepararon sus ojos, manos y hasta pies para iniciar la faena de plagio. Pero en un principio, estuvo un profesor “controlando” la rendición del examen; sin embargo, cuando el profesor, por motivos personales, tuvo que salir y dejar a un alumno de un semestre superior para que controle el asunto, todo se volvió una vergüenza, que afortunadamente no pude presenciar pues entregué mi examen antes de que se fuera el profesor.

Lastimosamente, en otra ocasión si tuve que presenciar una episodio de los más lamentable y asqueroso en toda mi historia universitaria; un capítulo vomitivo y malhadado de lo que se ha visto hasta ahora en términos de deshonestidad académica. El profesor titular no podía ir a tomar el examen ese día, así que encargó a su ayudante de cátedra. La imagen fue para llorar y cortarse las venas: más que un examen parecía una reunión en un club social, un juego de cuarenta, rumi o póker, o la ruleta de un casino. Todos y todas, sacando sus cuadernos, levantándose literalmente con examen en mano a transcribir respuestas, conversaciones prolíficas sobre las preguntas y sus contestaciones. El ambiente era acalorado, pues parecía Wall Street en un “viernes negro”: todo el mundo de un lado para el otro, con papeles en mano y caras de desesperación. En determinado momento, el ayudante expresamente permitió que se hiciera de todo. Solo faltaba colocar un par de camastros por ahí y dejar que entre descanso y descanso cada cual desfogue sus pasiones íntimas.

Es una verdadera desgracia, una contradicción y un ejercicio de hipocresía, seguir quejándonos de nuestra realidad, de nuestros gobernantes y de todos nuestros problemas, cuando en nuestra vida diaria, en nuestro quehacer cotidiano, lo único que hacemos es cooperar para que todo siga empeorando cada vez más y más. A todo nivel, sea en la más “alta” política, como en el asunto más vano, se practica como ciencia fundamental los postulados de la mediocridad, la flojera, la deshonestidad, la corrupción, la “ley del facilismo y del menor esfuerzo”. Unas torres se pueden derrumbar fácilmente, cuando los cimientos de aquello que simbolizan son blandengues y corruptos; un edificio alto y resistente, no se logra construyendo el último piso con acabados de la mejor calidad y materiales de la mayor resistencia; las más fuertes estructuras se logran con cimientos fuertes, duraderos e incorruptibles. Mientras sigamos pensando que algún día todo mejorará y que mientras tanto cada cual puede hacer lo que a bien tenga, estaremos condenados a repetir los mismos errores del pasado (y del presente) y a continuar en el interminable letargo de una realidad corrosiva, hipócrita, mediocre y corrupta.

1 comentario:

Ursus Andinus - IronGandho dijo...

Cohecho...

"Alta Suciedad"...

Pero así son las cosas, así las personas; lo que tenemos que hacer es enfrentar nuestros errores y enmendarlos; yo se que me jalé en primer semestre, pero por no copiar justamente, por asumir las consecuencias de mis decisiones equivocadas al entrar a la universidad; siempre puedes recuperar, salir adelante, pero para que ello ocurra que sea con entereza y sin ir a los subterfugios ni coimas, hay que dedicarse, es lo único que queda.

Debemos dejar el si SE puede (en tercera persona e impersonal), por el actual "Yes We Can" (robado de obama, si) que incluye, que nos hace responsables de lo que pasa, pues es así como una sociedad crece... Hay que saberlo, intentarlo y poderlo... quedarse en los pasos sin llegar a instrumentarlo y poderlo no sirve tampoco.

Que buen post... saludos.