miércoles, 22 de abril de 2009

UNA HISTORIA PERDIDA (Primera Parte)


I

Mobolinho. La mañana lo despertó con frío, como siempre que se recordaba simple pero profundo, solo pero sincero y, sobretodo, fuerte y suficiente. Ese frío que no conmueve, pero que permite añorar la noche que se fue, la madrugada que se va y el sol que pronto llegará. Las nubes apenas rosadas, casi anaranjadas ya, adornaban el cuadro pintado en la vieja ventana de su casa; esas viejas casas construidas puliendo todos los detalles, resistentes al agua, al viento y a la soledad. Viejas casas que con febriles manos de gato recuperan un encanto perdido en el pasado, remembranzas de lo que nunca fue y se espero que sea.

Abandonó su habitación, ya sin las marcas de sus sueños irreconocibles, ya oscurecidos en una memoria pendiente de lo “importante” y no de las ilusiones que la mente crea durante la noche; cuando, con los ojos cerrados, la imaginación viaja por mundos insólitos, grises o apenas plateados, llenos de emoción y de nostalgia. Salió con aire entusiasmado a tomar el aire fresco que dejó como estela indeleble una triste madrugada; permaneció con los ojos cerrados, aspirando exageradamente el aire que entraba por sus fosas, hinchando el pecho como quien se cree tan capaz de volar junto con vientos de una primavera surrealista, como de servirse un tinto.

Apenas una leve brisa en su aun tibia cara le recobró a la realidad, en esa en que se está parado en medio de un balcón, mientras sigilosas viejitas de té y mantel vigilan entre las cortinas de una casa aledaña; o aún, oscuros fisgones merodean pretendiendo encontrar algo de que entusiasmarse para emprender el camino a una nueva jornada; pensamientos lúgubres que pretenden transformarse en aquellas razones que siempre se buscan para seguir la punzante “vida” que les ha tocado “vivir”. Así estuvo y, casi como un sobresalto, la vergüenza de verse visto, de manera tan lamentable y hasta burlesca, lo lanzó hacia el interior de su habitación, casi sin percatarse si alguien lo había observado.

Se sentó en la pequeña mesita blanca que tenía para su desayuno. El viejo microondas del inquilino anterior, todavía utilizable, que lo dejó con ese sencillo pero rebuscado mensajito “Para quien lo quiera”; allí calentó su taza de leche y cuando por fin la pudo mezclar con el cafecito de sobre que tenía mal acomodado sobre la alacena, recordó lo que no quería recordar, y las lágrimas que querían salir, acorraladas y aprisionadas por la dureza de su corazón, le hicieron bajar la cabeza, pasarse la mano por la frente y mirar consternado y meditabundo el fondo de un pared blanca, buscando alguna respuesta; falsos dilemas, falsas preguntas, respuestas inexistentes.

Ya había pasado más de un año desde que lanzó la puerta, con maleta en mano, ante las lágrimas de su madre. No volvió la mirada, a pesar de que su madre lo deseaba; no regresó a golpear la puerta, aunque ella lo suplicaba en su interior. No regresó nunca más, aunque ella lo lloró todas las noches. Solamente un día, una tarde, la visitó. Pero si de algún lugar había él sacado su orgullo, era su madre la más fidedigna razón. Miradas ásperas y silencios abrumadores y lastimeros. Un, “¿como está?, bien sin novedad”, fue apenas lo que se escuchó en cuarenta minutos. Se despidieron, él la miro con dureza pero con respeto, y ella con tristeza pero con firmeza. Salió queriendo abrazarla. Se quedó, llorando en su interior por no haber acariciado sus cabellos.

Solo eso recordaba cuando ya sentía sus mejillas humedecerse. Se levantó aun ensimismado, enjugándose sus lágrimas y metiéndose a la ducha con los ojos cerrados y el agua caliente sobre sus hombros. Lloraba incesantemente, pero sentía la necesidad de hacerlo, de estar ahí parado siglos enteros hasta que se secara todo y, por fin, sin ningún reproche ni lamento, salir a ser un “hombre de bien”, de aquellos fabricados para no llorar; de esos que llevan en sus escudos, “no mercy”. Pero él no era de aquellos hombres, y por eso salió con los ojos rojos, sin querer mirarse al espejo, y sin pensar en nada más que en absurdos, vestirse, ponerse la loción que ya era solo alcohol, y salir despechado con la mirada al piso, hacia el camino trazado por su escondido destino.


(Continuará...)

2 comentarios:

nat dijo...

heeeeeeey!!! gracias por la visita!!! chéveres tus posts. te linkeo igual!!!
saludos!!!

Natalia Cartolini dijo...

HOla Byron, te he dejado un meme en mi blog de la Chica de la Luna, espero que puedas hacerlo n_n

Saludos