martes, 24 de octubre de 2017

Mar

Atravesando las tinieblas de la habitación, retumbaban los truenos. El endeble silencio se veía matizado también por los repentinos relámpagos de una interminable tormenta. Ellas preferían la total oscuridad, pero adoraban aún más los aguaceros electrizados. Con todas las luces apagadas, apenas se notaban las rojizas puntas quebradizas de los inciensos. Ardían tanto como las punzantes sombras que se formaban en la pared tras cada centelleo. Figuras esféricas y puntiagudas se arremolinaban en torno de las húmedas sábanas. El goteo se tornaba cada vez más infernal, y en poco se transformaba en copioso manantial. La languidez habitual del órgano gustativo se nublaba al recorrer los erizados contornos de una quebrada, a su vez precedida por un ligero bosque oscuro y podado. Refluía el elixir de unos gemidos inconsolables, de un placer insensato y turbio.

En sus formas más contorneadas y pálidas, poseía demencialmente a aquella más delgada y morena. Se entrecruzaban cabellos castaños y grisáceos, en un deleite inconmensurable de necesidades excesivas y embriagantes. Se trataba en suma de una felinidad escabrosa e inquietante, de dos cuerpos etéreos y perpetuos, dos seres poseídos por la lascivia. Dientes que recorrían erguidos monumentos, labios que provocaban y seguidamente arrasaban cataratas de surrealista pasión. Miradas que se sostenían en una prolongación trapezoidal, de dos danzantes que andaban sin resquemores sobre una cuerda floja. Pupilas dilatadas, dilataciones persistentes a lo largo de una sublimación sombría y conspicua. Enseguida florecieron mirándose a los ojos, en medio de cientos de aguaceros confabulados al unísono. Caía ya la noche cuando el último gemido resonó como un eco infinito.

Sus ojos gris claros observaban el techo. Pensativa, taciturna, esperaba que su amante se apiadara de su necesidad. Pero ella no estaba para cuentos de hadas. Acariciando sus cabellos grisáceos, medio turquesas, medio pelirrojos, finalmente no se pudo contener más.

-Simplemente me has hecho el amor y te has puesto a fumar.

-No me interrumpas.

Apenas en ese instante se ocupó en mirarla de reojo, mientras con su boca consumía con un gusto insoportable aquel tabaco barato que tanto le gustaba. Sus cabellos castaños, su piel pálida, su mirada inquietante, sus gestos pedantes. Estaba realmente irritada por la interrupción. Quería estar a solas con su cigarrillo, jugar con él, imaginar que estaba siendo filmada y que debía ejecutar su papel de la manera más pueril posible, como si no le importara absolutamente nada más en el mundo que consumir aquel cigarro. Y sin embargo, no pudo permanecer más tiempo en esa especie de ensimismamiento, por culpa de esa pelirroja, o peliturquesa, o pelivieja.

-Así no es como deben ser las cosas. Deberías estar aquí a mi lado, durmiendo conmigo, acariciando mi rostro, mientras yo beso tu frente.

-No soy tu proveedora oficial de cariño. Simplemente me gusta tu sexo.

-No seas tan dura, a mí también me gusta el tuyo.

-¿Entonces de qué te quejas?

-No lo sé, es que, no sé, es raro que después de haberme hecho gozar tanto de repente te hayas ido a contemplar ese estúpido cuadro mientras fumas ese asqueroso porro.

-Jajaja, esto no es un porro, no sabes nada del mundo mi pequeña Dulcinea.

-Ya sé que no es un porro, y no me digas nombres raros que ya sabes que me disgusta.

El humo del cigarrillo justamente oscurecía aquel cuadro. Era una obra de un autor desconocido, sin mayor fama, aunque la pintura en sí tenía su gracia. Era una mujer completamente desnuda, algo rolliza, pero con una mirada seductora y posesiva. Fumaba un puro desproporcionado, no se sabe si por error o por intencionalidad deformadora del artista.

-Tienes mucho que aprender, ni siquiera sabes quién es Dulcinea. Mejor entonces te llamaré Violeta, o, quizás mejor Alfonsina, serás Alfonsina y yo seré el mar.

-Siempre me tratas como una idiota, a veces puedes ser muy cruel.

-En realidad la historia es muy reconfortante. Bueno, desde un punto de vista más literario.

-Eres cruel, pero esa crueldad me excita más, es mi condena, porque yo no te quiero querer, pero esa cualidad tuya me enloquece y me hace adicta a ti.

-No seas tan básica, y déjame explicarte la historia.

-Sé a qué Violeta te refieres.

-Tú sólo calla, que yo dirigiré la orquesta. Además, me gusta verte así semidesnuda, cubierta apenas por las sábanas, dejando rebosantes tus pechos rosados.

-Eres una voyeur, siempre supe que en los camerinos me quedabas viendo mientras me cambiaba de ropa.

-Son ideas tuyas, no eres de mi tipo ni de mi gusto, pero la tentación a veces puede más.

-No mientas.

Por la frialdad de su mirada y el quemeimportismo de sus gestos, era difícil saber si estaba realmente mintiendo, o si en el fondo siempre albergó algún tipo de deseo por ella. De todas maneras, en ese momento guardó silencio por algunos minutos, mientras su mente divagaba en esa lúgubre idea de un mar asesino y vil, que se tragaba a su víctima sin importarle las consecuencias. Se sintió tan aprisionada por aquellas imágenes, por aquellos pensamientos, que pronto se sintió consternada. Cerró sus ojos por unos instantes y percibió una luna roja en el horizonte, escabulléndose por detrás de las olas, refrescándose en el agua oceánica.

-No miento. Pero la verdad es que te llamaré de aquí en adelante Alfonsina.

-No me gusta ese nombre, suena muy como que te estuvieras compadeciendo de mi debilidad. Es muy diminutivo, en todo caso sería mejor Alfonsa y punto.

-Vas a ser mi Alfonsina, y yo seré el mar. Punto.

Tras haber pronunciado esas palabras, encendió un nuevo cigarrillo. Tuvo cierta dificultad, no se prendió de golpe, y debió esforzarse un poco, hasta que se dibujó en el aire una humareda excesiva. En ese instante se puso a tararear muy sutilmente, como si estuviera susurrándole algo importante a alguien al oído. Y entonces empezó a esbozar unos versos.

-Por la blanda arena que lame el mar, su pequeña huella no vuelve más…

-¿Me estás cantando algo?

-Si mi querida Alfonsina, yo soy tu mar, y entonces tú te transmutas en esa blanda arena, y ese mar, que soy yo, lame tu ser, y mientras lo hago, hundes tu huella en mí.

-Suena muy poético, y sensual también.

-Sí, es verdad, pero en realidad es muy oscuro todo.

Afuera el aguacero había recrudecido, luego de un breve interludio de garúa y atardecer anaranjado. Truenos centelleantes nuevamente se delineaban sobre la ciudad, y a través del ventanal inspiraban deseos perversos.

-Transmutada en arena, con tu huella atravesando mis leves aguas, de repente ya no vuelves más. Te hundes en mi agua profunda, hasta sumergirte en un sendero de penas mudas y espuma. ¿Sientes angustia?

-Siento deseo, me excita todo lo que dices.

-Um, no es ese es el propósito, pero antes dijiste que te encendía mi crueldad. Supongo que eres de aquellas que disfrutan con el dolor.

-No lo pongas en esas palabras, no soy una masoquista tampoco, y además sólo me pasa contigo, con nadie más.

-¿Te excita la idea de la muerte?

-No me agrada pensar en eso.

-No me refiero a morirte a secas, sino a morirte en medio de un placer indescriptible. No debe haber muerte más deliciosa, satisfactoria e impoluta que la producida por un orgasmo. Llegas al zénit del placer, y ya no vuelves más. La paradójica condena del sexo es que el placer no es infinito, y luego muchas veces toca lidiar con la superficialidad, o con el sentimentalismo. Si uno se muriera al segundo siguiente del espasmo definitivo, evitarías todo eso.

-Ya ves, eres cruel nuevamente.

-No quise serlo, se me salió, pero es verdad, no me gustan esos sentimentalismos. Además, depende del momento, a veces si me apetece que me acicalen como a una gata mimada, y a veces me irrita como una gata roñosa. Pero no es nada personal, tú dentro de todo me caes bien, y además eres buena en la cama.

-Supongo que debo agradecerte.

-Sabe dios qué angustia te acompañó, qué dolores viejos callan tu voz. ¿Te gusta recostarte en el canto de las caracolas marinas?

-No sé de qué estás hablando.

-Puedo ir a buscarte unos poemas nuevos, quizás en el fondo del mar, encontraras la caracola aquella. Oh, sí, una voz antigua de viento y de sal.

-Estás delirando.

-Es lo que parece, pero no. Más bien, te quería contar que vienen visitas.

-¿Visitas? No que íbamos a pasar toda la noche juntas, pedir una pizza, contemplar el atardecer, mirar alguna película o serie juntas. Y quien sabe, tú sabes…

-Pues no, te mentí, en realidad vienen visitas. Bueno, no varias, sólo una.

-No me digas que lo invitaste a él.

-No lo invité, él viene por su propia voluntad.

-Ah sí, y tú lo dejarás entrar como si nada. Eso en el fondo es una invitación. Y de seguro tú misma le escribiste para que viniera. Si te aburro o solo me querías para un momento bien me lo podías haber dicho.

-Si te lo hubiera dicho seguramente no hubieras venido.

-Um, puede ser. Pero no es justo, yo quería estar contigo nada más, sin interrupciones, sin intrusos.

-¿Te vas Alfonsina con tu soledad?

-¿De qué estás hablando? Yo no soy ninguna Alfonsina.

-Igual no sé a qué hora vendrá él. Puede venir hoy, como en dos meses, o en diez años. No lo sé. Él es muy impredecible, a veces me visita en sueños, a veces en realidades. A veces está de buen humor, a veces sólo quiere matarme. Nunca le llegué a comprender.

-¿Lo amas?

-Jajaja, qué ocurrida Dulcinea.

-Otra vez me cambias de nombre, no te entiendo.

-Yo no amo a nadie, no puedo amar a nadie. Bueno, a veces quizás un poquito, pero no sé si llamarle amor. Todo eso es tan esencial, tan profundo, pero por eso mismo tan vacuo. Prefiero las emociones más precisas y explícitas, así uno tiene la certeza de a qué se atiene.

-¿Entonces vendrá o no vendrá?

-Como te digo, no lo sé.

-¿Podemos entonces pedir una pizza? Te conozco y sé que también tienes hambre, y que te gusta mucho la pizza.

-Bueno Alfonsina, creo que estás ahora sí hablando racionalmente, y entendiendo mis verdaderas pulsaciones, mis verdaderas intenciones contigo.

Pidieron la pizza y se sentaron juntas frente al ventanal a observar el atronador diluvio. Siguieron igual en tinieblas, tan solo iluminadas de rato en rato por los relámpagos. Bebían en sendas copas un vino rojo exquisito, mientras guardaban un silencio apacible y dichoso.

-Sabes Alfonsina, un día cinco sirenitas te llevarán, por caminos de algas y de coral.

-Y fosforescentes caballos marinos harán una ronda a mi lado.

-¿Te la sabías? Me estabas engañando eh, creo que la cruel eres tú y no yo.

-Te conozco ya lo suficiente como para saber por dónde transitar tus sinuosos caminos.

-Entonces bájame la lámpara un poco más y déjame que duerma nodriza, en paz, y si llama él no le digas nunca que estoy, di que me he ido.

No hay comentarios: