lunes, 20 de julio de 2009

CeniZa sUicidA

Desde el trigésimo cuarto piso del edificio "Alcanfor 3", el vértigo era bastante insoportable como para lograr permanecer más de diez segundos al borde de la ventana; sin embargo, en el pent house, doce pisos más arriba, esa sensación se transformaba en una atracción que se sobreponía al temor y, así, la osadía trastornaba incluso a los espíritus poco inflamados y bastante parcos. Esto se debía, según algunos, a la forma romboideal de la construcción; otros, a los efectos de la altura y, otros no menos audaces, a los cálidos vientos del Pacífico que invadían las alturas. En fin, como quiera que sea, acceder a ese último y único departamento del piso más alto, era realmente algo que pocos podían asegurar haber tenido el honor.

La piscina verde-azulada no era más que un breve ornamento frente a los lujos que allí se encontraban: enormes lámparas de gas artificial, gigantes murales pertenecientes a los más reconocidos artistas post-modernos, muebles de madera elaborada y cojines de plumón, solo como para dar una pequeña idea. El balcón, era el lugar más surrealista de aquel ámbito; pintado con colores pasteles, con ininteligibles pero muy profundamente emocionales esculturas y tremendas plataformas adornadas con demasiadamente barrocas macetas llenas de bolitas de plástico como si fueran de tenis de mesa. Y, sobre la balaustrada de esa rareza, colocadas con cierta asimetría una serie de ceniceros de plástico, incrustados dentro de agujeros de macilla seca adecuados específicamente para el efecto.


En la madrugada de esa noche anterior, como todas las de los días viernes, mientras las pelotitas provenientes de las macetas reboloteaban por el piso y el ambiguo sol apenas aparecía por entre las montañas de oriente, los ceniceros se encontraban repletos y se veían seriamente atacados por los fulgurosos vientos del alba. Ese mismo viento, que andaba perdido por entre nubes desconcertantes, tomó con sus invisibles brazos un copito de ceniza de cigarrillo, lo amarró sobre sí, y lo transportó por entre las tinieblas que empezaban a disiparse.


La brisa se apropió del copito y, como si se aferrara a la llama de su propia existencia, no lo soltaba ni ante los más tenaces embates de lejanas ventizcas montañosas. Así apretó el copito, como si se tratara de su propio vástago, a quien debía alimentar y mantener con vida, ya que de ello dependía su absoluta felicidad. Así, se aferró de la ceniza aquella y no pretendía soltarlo hasta la eternidad.


Pero el destino es hostil con los que no tienen oscuridades en sus entrañas y, con una distracción de esas que se piensa que jamás nos llegará, la brisa se despreocupó de su copito un instante, y al siguiente ya éste se encontraba cayendo libremente hacia su propia realidad. Desde lo alto de aquel edificio, lentamente el copito de ceniza descendió con rumbo a la tierra que la esperaba con ansia. La brisita, que muy tarde se dio cuenta, trató de atrapar nuevamente a su llama de vida, pero ya el copito había dejado su despedida eterna y melancólica, pero llena de resignación.


Cayó y cayó con tranquilidad, sin apuro y sin temor. Esperando que llegue lo que tenga que llegar.


Un petirrojo que paseaba por ahí, encontró en su pico una poca de algo como un polvito gris. Quiso desacerse de él, pero antes de moverse abruptamente, como tenía pensado en un principio, aguardó y esperó a ver que sucedía; aunque no detuvo su vuelo. La luna se encontraba en el fondo de esa oscura amanecida, todavía las tinieblas apenas se empezaban a disipar y el pajarillo continuaba su transitar. El camino no estaba trazado, pero la intención era encontrar algo en donde depositar ese copito hecho polvillo, y poder examinarlo, quizá hasta saborearlo.


Pero nuevamente, apareció la brisa que, al encontrar una nueva posibilidad, no dudó en aprovechar un descuido de nuestro amigo el petirrojo, y de un solo zarpaso, ¡zas!, se llevó consigo al copito que, entendía, le pertenecía a ella y a nadie más.


Nuevamente, entre sus brazos, detentaba a aquel copito y, ahora, lo apretaba con mucha más fuerza que antes, atenta a cualquier intento, por más mísero que aparentara ser, de llevárselo de su poder. Así, la brisa se llevó al copito por lugares lejanos, lugares a los que pudo llegar hasta convertirse en un fuerte viento, cada vez más fortalecido; ya en un punto, había llegado tan talto y se había hecho tan fuerte que descuidó al copito, y este empezó a volar por otros rumbos, quizá en manos de otras brisas o de otros vientos.


Fue encontes que, cayendo lentamente desde las niveas nubes veraniegas, llegó hasta las cercanías del pueblito aquel que dejó hace mucho tiempo; no podía controlar sus propios movimientos, pero quizá los recuerdos del pasado se conspiraron con alguna brisa nueva, y lo llevaron hasta aquel cenicero del que partió; y cayó con sumo cuidado, hasta posarse complemente. Pero ahora, ya no habían más copitos junto a sí; era el único y así, con su espacio disponible, esperó gustoso a la próxima jornada, en la que llegarían otros copitos y a quienes contaría sus historias y rememoraría las travesías que, estando así atrapados, los demás envidiarían y, si alguno tenía suerte, lo repetiría.


Feeeennn.

2 comentarios:

Ursus Andinus - IronGandho dijo...

Me recordó a la canción Aire de Mecano,...

Siempre logras atrapar a los lectores estimado.

Un abrazo y felicitaciones.

Ursus Andinus - IronGandho dijo...

Me recordó a la canción Aire de Mecano,...

Siempre logras atrapar a los lectores estimado.

Un abrazo y felicitaciones.