sábado, 1 de agosto de 2009

SUEÑO UN SUEÑO

Me senté a escuchar a una de aquellas personas que, pasan apenas unos instantes por la vida y que, bueno, que uno no puede expresar ni contemplar mucho tiempo. Solamente cabe escucharlas.

Escuché con atención una breve historia que se permitió contarme:



“Pues bueno mi querido amigo, quizá no nos conocemos mucho pero me parece coherente llamarte mi amigo; cuenta esta historia, este breve… relato, como quieras llamarlo… sobre un hombre, alguien que como puedes ser tú, puedo ser yo…, bueno, quizá yo no, ya mis años superan mis ilusiones… Bueno, entonces, este hombre, paró su automóvil en medio de una carretera desierta, ahí, en medio de los campos amarillentos de los que la lluvia se había olvidado, y empezó a caminar en el sentido que, su primer paso dado, su primera andada tras descender del vehículo, lo llevó. Así pues, en medio de la carretera, quedó ese carro… ni recuerdo bien de qué tipo o marca era, quizá un BMW o quizá un Ford, no lo se a ciencia cierta; con alguna duda razonable, puedo decir que, eso sí, era un automóvil antiguo, de esos llamados “clásicos” por esos que se autodenominan “eruditos” del “vehículismo”… de esos que se autodenominan “sabios” del “conductismo”, y esto, vaya vaya, creyendo con tanta certeza que hasta me llegaron a engañar un par de veces, que con esos términos hablaban de autos, esos t-é-r-m-i-n-o-s… no lo podría decir, pues para ellos podrían ser verbos, sustantivos y adverbios, incluso todo al mismo tiempo… recuerdo amigo mío, los “eruditos y sabios” eran ellos, no yo… En fin, ese carro quedó varado en medio de la carretera, mientras la persona de la que le hablaba, cuyo nombre mi memoria ha ocultado en alguno de esos ataúdes que muchas veces son muy saludables, en esos polvorientos armarios del ayer… Anduvo unos momentos, hasta que, en sentido contrario, pasó un autobús, en el cual se subió, no con desagrado, pues hace ya 14 años que solo se movilizaba en su pequeño carrito y había dejado atrás el transporte público tan añejo; así que subió con cierta nostalgia, pero evidentemente las cosas ya no eran como antes, no, no, no, no eran así mi amigo, al darse cuenta del detalle usted será muy perspicaz aunque ciertamente no tan brillante, pues es… digamos, algo en todo caso evidente… los años pasan y las cosas cambian amigo mío, y esto es tan claro, como el sobrio café que tomaba de joven sentado en la acerca de mi querida Bahía… de esas épocas trascendentales y hoy denigradas. No importa de todas formas, pues lo que interesa es que subió al bus y, luego de soportar con bastante solidez el golpe del espectro helado de los cambios, se sentó junto a una señora de edad avanzada, quien al ver un carro varado en la mitad de la carretera, le comentó de un modo extrañamente impertérrito y, a la vez, perplejo, ‘vea nomás mi señor, como va a ser que dejen el carro así, no puede ser, se da cuenta, yo siempre digo que ya no respetan a los mayores’, a lo que contestó con un sencillo asentimiento de quijada. Decidió bajarse y, como no tenía pasaje, alegó que se equivocó de ruta y que le permitieran hacerlo; el cobrador, en este caso cortés, más bien creo yo distraído en alguna chiquilla coquetona, dejó que se quedara por ahí nomás, nomás pasando por ahí. Estando en la calle, a los pocos minutos, un nuevo autobús volvió a pasar por ahí, en medio de la carretera de hierbas amarillas; y éste, ahora, venía en el sentido contrario del primer bus, así que le tocaría regresar nuevamente de donde partió o, quizá sea más adecuado a estas alturas del viaje, hacia donde se dirigió. La verdad es que a este bus lo tomó con más cariño… no, no es esa la palabra… con más… realidad, con más… indiferencia… y así, nuevamente se sentó, pero ahora junto a una señora de menor edad, quien, al contemplar a dicho automóvil sin conductor, manifestó con cierta sorna, ‘vea nomás, ahora en estas épocas de gobiernos de sapos, hasta los fantasmas pueden conducir automotores, que nos espera, ¡qué nos espera!’ Escuchó eso, le contestó con una leve y tímida sonrisa, y volvió a bajarse del bus, con el argumento de que ‘se me olvidó algo, déjenme bajar por favor’, lo que no le fue negado, ya que poco habían avanzado. Así, de nuevo con las suelas en el asfalto, volvió a esperar y a contemplar, mirando al solitario árbol rojizo en medio de las hierbas amarillas y de las nubes rosas. Un nuevo bus, pasó por ese lugar; un autobús prácticamente vacío, quizá empezando el recorrido, quizá, nadie lo sabrá, ni siquiera yo mi querido amigo –y como ya noto su cansancio, le informo que estoy por acabar- quizá, llegando a su llegada. Subió, y encontró dos ojos claros, una sonrisa afable, y una cálida presencia, que le manifestó, cuando pasaron junto al automóvil abandonado, con mucha soltura pero igualmente con no menos cuidado: ‘me bajo aquí para encontrar lo que he buscado, tuve un sueño la noche de ayer, y al fin he encontrado, lo que no había entendido’. Y así, mi querido amigo, ella bajó del autobús, y, tras de ella, aquel de quien cuyo apellido no tengo ya recuerdo, y, tras alcanzarla a un solo paso, miró en lo profundo de sus ojos, sonrió con la sinceridad propia de las almas permanentes y límpidas, hasta tomar sus manos y decirle, ‘un sueño es un buen comienzo para un transitar infinito’ y ella le respondió, ‘y el mismo sueño es el camino mismo por el que quiero transitar’, y él agregó, ‘si mi camino con el tuyo se ha encontrado…’, concluyendo los dos, ‘los dos caminaremos, juntos para siempre, por esta ruta de quimeras’… y así fue, como sucedió mi querido amigo… no me pregunte la fecha exacta, no me pregunte como es que tengo conocimiento de estos hechos, solo permítame decirle, ahora ya mi viejo amigo, que así como aquella vez, no se fíe de los automóviles varados, en medio de carreteras de hierbas amarillas, y nubes de color rosado”.



Elé el fen.

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