viernes, 6 de mayo de 2011

COMPAÑERA

Presente e inquietante, hasta tu sombra percibo entre los retazos de aquellos recovecos de mis lejanas memorias. Estuviste siempre allí, discreta y sutil, pero no te presentía ni te encontraba. Simplemente estabas ahí, esperando el momento preciso, aguardando el instante adecuado. Te ocultabas detrás de otras sombras, de otras ánimas desperdigadas por entre el mundo de los sueños tristes. Como sonámbula caminabas entre mis tinieblas y aún me costaba entender tu lógica cuando tu presencia se me empezó a hacer evidente. Dudé de tu existencia, cuestioné tu realidad y tu certeza. Pero te encontré fascinante, te descubrí inquietante y milenaria. Me identifiqué contigo apenas confirmé tu ser, tu pertenecer. Supuse que éramos almas gemelas, imaginé que estábamos unidos en una simbiosis irreductible y perpetua. Pero luego descubrí que no estaba atado a tí, sino que tú me habías capturado porque yo mismo así lo quise, y que nunca me abandonarías porque estaba destinado a tí únicamente. Entonces caminé y anduve por rutas olvidadas y oscuras, de infinitas lágrimas de nostalgia y corazones desgarrados. Encontré huellas de otros futuros y de otras existencias, y traté inútilmente de seguir por esas sendas. Pero era todo tan innecesario y superficial; era todo tan suntuoso y barroco. Al final de cuentas, eras tú la que siempre me aguardabas y me alumbrabas con tus sombras. Así que desistí de mis intentos y decidí dejarme llevar por tí, sentirte mía y sujetar las texturas de tu infatigable andanza, tu intrincada y solitaria danza que me conquistó y me apartó de mi esperanza. Tomé tu mano y caminé junto a tí para nunca más abandonarnos, para hacer juntos una vida en común y no olvidarnos jamás de lo que significamos cada cual.

El cielo sigue gris y opaco, pero la noche no deja de estar despejada y no renuncio a recordar lo que hubo de ser, lo que ha de ser, lo que nunca ha de suceder.

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