viernes, 11 de septiembre de 2009

TRANSPORTES COMUNES


El viajero tomó el primer trole que pasó, en esa parada denominada “El Florón”. Por la ventana, aún podía divisar al grupo de mayores petrificadas, canturreando eterna pero silentemente el “de mis manos ya pasó”. La ventana estaba cómodamente abierta, permisiva con la suave brisa de una luminosa mañana de esta ciudad de hierbas y pavimento; así, disfrutaba de la libertad de poder escaparse de los molestos calores e irritables olores propios de un colectivo medianamente abarrotado.

En un momento determinado, en que recuperó la consciencia sobre aquello que debía estar a su alrededor cuando dejó por unos largos momentos la realidad, se encontraba por “Santa Clara”, justo para escuchar el inusitado –para él lo era- aunque permanente –para siempre del lado del trole- mensaje de llegada, arribo y salida, reiterados a cada instante. Las puertas abrirse y cerrarse, cotidiana tortura para esos mecanismos lentamente deteriorados por el transcurso indetenible de los años y las sombras.

(…)

¿Quién fue, pues, el que ideó esto del trole? Se cuestionó en un aletargado momento de ensimismamiento. Sin duda, la respuesta era poco importante, porque para él era autoevidente, siempre la había tenido y la tenía presente, en su mente; sin duda, no olvidaba aquellas épocas en que navegar en la zona articulada constituía toda una aventura y genialidad; o la adivinanza de las paradas devenía en señal de respeto y conocimiento de la ciudad, aun cuando se ignoraban otros datos trascendentales.

Pero si embargo, antes de siquiera intentar narrarse a si mismo todas las paradas del transporte que recurría a la electricidad para funcionar, pensó en mejor, recordar las de su transporte más utilizado y no menos añorado, aunque simplemente fuera una total puerilidad: la ecovía. Y así, jipijapa, los sauces, 24 de mayo, naciones unidas, benalcázar, eloy alfaro… hasta ahí llegó, pero no podía recordar la siguiente; a su mente venía la idea de “no puedo saltarme a la del libertador argentino, debo lograr recordar la que me toca”. Pero ni por casualidad se le ocurría, ni por mérito propio o ajeno, le llegaba la iluminación. Así que decidió continuar, pues pensó que era mejor seguir y no decaer.

San Martín, La Paz, Orellana, Baca Ortiz… y se detuvo a pensar que ahora dibujaba en su mente los títulos con mayúsculas en las primeras letras, por lo que volvió a recorrer todo el circuito, ahora si puntuando adecuadamente cada parada; aun así, no logró recordar la que le faltaba entre los históricos Eloy Alfaro y San Martín, a parte claro está de los más de 80 años. Siguió luego de Baca Ortiz la Manuela Cañizares, luego la Leonidas Plaza, Casa de la Cultura, Alameda, Simón Bolívar y La Marín, pues las siguientes hacia el sur, se dijo modestamente, no las había visitado.

En eso se encontraba, cuando se percató que estaba en la “Banco Central” del trolecito, y mirando el parqueadero de “San Blas”, pensó en aquella vez que recorrió, con corazón aventurero, los recónditos tejados, si es que así los podía denominar, de la imponente y al mismo tiempo tenebrosa Basílica; y, desde ahí, tomar las fotos del panecillo, rodeado por esas tenues nubes de un inusual Abril despejado y azul. Llegó hasta “Plaza Grande” cuando precisó recurrir a algún trucho semántico para recordar la parada de la ecovía que le faltaba, aquella pieza del rompecabezas que no le cuadraba y que dejaba un espacio vacío en el tablero.

Mirando la hermosura y la belleza de ese centro histórico congelado en un pasado modernizado; ansiando verse caminando por los empedrados, tomado del brazo de su “vieja”, y sonriendo al alzar con delicado gesto su boina a cuadros y con tonos cafés. Vibró en la parada “Recoleta”, cuestionándose por no haberse percatado de que, al parecer, la recordada “Cumandá” había desaparecido.

(…)

Regresaba ya en un bus a su casa, por la noche, preguntándose sobre la realidad de sus pensamientos. Observó unos ojos increíbles, una mirada penetrante pero sublime; la figura de la dama que lo miraba con interés pero, simultáneamente, con extrañeza. Era la belleza para él, era contemplar la belleza y mirarla, verla en ese instante perpetuo, en esa mágica miel que se agotaba como una agonía deseada e incesante. Y ahí fue, que como una ráfaga, se dijo asimismo bella vista, bella-vista, “Bellavista”, esa es la parada.

Pd.: Muchas Amandas se despidieron de sus Manueles aquel siniestro 1973. La calle mojada, corriendo a la fábrica... Nunca más.

2 comentarios:

Ursus Andinus - IronGandho dijo...

Excelente viaje en el espacio y en el tiempo,...

Ambivalencia de dos corredores viales en UIO, que son paralelos y hacer el recorrido mental fue increible.

Genial leer y un placer... saludos estimado

Anónimo dijo...

hola

me encontre tu blog `por casualidad, me ha parecido muy bueno

espero visites el mio

yo me seguire pasando por aqui mas seguido

byE

saludos desde durango mexico