domingo, 7 de febrero de 2010

AÑICOS

A la larga, en lo profundo de sus pensamientos, en lo recóndito e inexpugnable de su alma, sabía que la culpa había sido suya; fue él quien, quizá ingenuamente, quizá inocentemente, expuso su corazón a las llamas incontenibles de un sentimiento abrazador, que incendió por completo todo aquello que podía haber quedado.


Abrió su pecho con dulzura y con pasión; no midió los alcances de su acción, ni midió las consecuencias de aquella decisión. Una mañana despertó, cuando aún la Luna no se escondía entre los rayos del Sol. Abrió la ventana con ánimo extraño, poco característico de su personalidad, y sintió la brisa helada de la mañana golpear con fuerza en sus pómulos, ingresar lenta pero decididamente por sus fosas nasales, y hacerle sentir el delicioso helor de un luminoso despertar. Ese fue el día en que abrió su corazón a los abismos, no sin cobardía, pero si con mucha ilusión.



Grave tropezón fue aquel que tuvo que afrontar a poco de iniciar la que creía, en esos instantes, su gran hazaña. La encontró sentada en una mesa de un cafetín a la luz de sus oscuridades, al clamor de sus encendidos sueños celestes; y sin embargo, cuando en sus manos entregó su corazón, con la cabeza gacha y los ojos llorosos de emoción, ella apenas si lo tomó y se lo devolvió.
De nuevo en sus manos, como si fuera un débil y húmedo rompecabezas de cartón, sintió y observó como se descomponía, pedazo a pedazo, en añicos de papel; y caía a sus pies, mientras sus ojos se nublaban y sus piernas tambaleaban. Percibió sus ojos convertirse en dos pequeñas fuentes de tristeza cayendo tal cual una cascada tormentosa y peregrina. Advirtió su corazón en un piso de cristal, junto a un resto de sentimientos desechos y maltrechos. Con un corazón nulo, maltratado y destrozado, empezó a andar por entre las tinieblas, sintiéndose capaz de mirar nuevamente la Luna, pero solo en las ciegas imágenes de sus pensamientos, alejados de una realidad demasiado real para vivirla más.



Y cuando al caminar, a su paso se encontró con una sonrisa gentil y fresca, que podría haber invadido sus entrañas de calor y alegría; solo continuó casi sin alzar la vista, haciendo que sus ennegrecidas ojeras permanecieran intactas y sin rubores ni insinuaciones. Perdió y fue irreversible. Es irreversible.


Imagen tomada de: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGRutzem5qdTMr7RySsLlIAJSFJYBSTCGDtjBf_XmfEsVKrxEYHctOCA28SPBLAVsF1TiFqUcIkqE_3u6Psq3YOFypYr0iPMHlRCXGbXO9V2VwzB9HRKnFh_Pcr_xm7Zc4-irxW58OhWEa/s320/oscuridad.jpg

1 comentario:

Eingana dijo...

Byron, no había entrado a tu blog hace montón! Leí tu primer post y hemos estado en la misma onda!

Me pareció perfecto el título de tu relato, "Añicos", y así es como suele quedar el corazón de algunos, entre los que me cuento... y con más frecuencia de la que me gustaría.

Quiero volver a ver la Luna, pero esta vez, que sea sin ojeras!

Felicitaciones, es un muy buen relato!