domingo, 20 de junio de 2010

JUGARRETA

Empecé a dudar de aquella primera jugada cuando, estando rodeado por un alfil y dos peones, me encontraba a pocos pasos de perder a mi reina; haber sacado al caballo de rey hacia una aventura prometedora pero riesgosa, no parecía haber sido la mejor estrategia. Sin embargo, el juego estaba a medias y debía continuar, esperando encontrar alguna posibilidad de retomar el control.

La luna, mientras tanto, aguardaba observando a través de la ventana el tocadiscos apagado y abandonado entre el polvo y la desidia. Su tenue luz se encaramaba por entre las sombras que formaban los sillones y el antiguo bargueño de madera apolillada. Sigilosamente, una mariposa negra aguardaba colgada en las cercanías de una lámpara que apenas permanecía levemente encendida.

Moví mi caballo de rey, el que inicialmente saqué y que ahora podía, si mi rival caí en la celada, darme una vía expedita para acercarme a un jaque que salvara la jornada. Pero sería cuestión de paciencia y algo de fortuna o, en todo caso, de desprevención por parte de quien frente a mí se encontraba, al otro lado del tablero. Alcé por un instante mi mirada y observé a los ojos de mi contrincante, quien esquivó cualquier resquicio de duda y prefirió resguardarse en la oscuridad de sus cavilaciones.

La lluvia comenzaba a manifestarse sobre las hojas secas del patio de la casa. Sonidos crepitantes y apacibles, que adornaban el solemne silencio establecido en la habitación. Las telarañas continuaban inmóviles ante el siguiente pensamiento de esta noche diáfana y fantástica; una noche de remembranzas pero, quizá paradójicamente, quizá coincidentemente, de nostálgica melancolía.

Uno de mis peones cayó, abatido por el alfil que lo amenazaba. Presentí que mi celada podría dar resultado, aunque no tal y como lo había esperado. Me emocioné al constatar que mi jugada había sido más eficaz y peligrosa de lo esperado, pues con un paso más me enfilaría hasta las cercanías de una torre indefensa y de un rey abandonado. Pero de todas maneras, preferí esperar unos segundos, con la intención de generar esa sensación de ansiedad y preocupación inentendible.

Moví levemente mi cabeza hacia un costado, solamente como un gesto de intencional distracción. Mis ojos no buscaban nada en especial, solamente fijarse en la pared blanca y rígida, alzada allí sin ornamentos ni fisuras. Mis ojos se llenaron repentinamente de humedad, y por mis entrañas atravesó la descarga de memorias que renacían desde sarcófagos empotrados al interior de embrujadas pirámides de olvido. Un viejo girasol de hojas tristes y tallo débil emergía desde el interior de un solitario florero de cristal.

Un recuerdo como el hielo que se diluye ante las llamaradas de un sentimiento escondido pero vivo, acompañaron el paso del ingenuo caballo enamorado, que avanzó abriendo su corazón a un ansioso cielo rosado y luminoso. La jugarreta no fue mía, pues desprotegí la sabiduría de mi razón y dejé en soletas la libertad de mis ilusiones. Jaque y mate en dos jugadas que no esperé, cayendo en el abismo de la soledad y confirmando que casi todo seguía intacto, al fijar mi incomprensible mirada en los ojos de la dueña del tablero, de las piezas y de mi eterna derrota

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